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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Una moneda para la fuente”
“La crisis política lleva buen tiempo, no hay democracia real y la gente ya perdió la esperanza de que su situación mejore”.
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¿Por qué dicen que Roma es la ciudad eterna? Pregunto, porque de la capital del imperio queda poco. Entero y funcionando está el Panteón de Agripa, ahora templo cristiano. En pie todavía están el Coliseo (anfiteatro Flavio); dos arcos del triunfo que valen la pena, el de Tito y el de Constantino; y la columna de Trajano, 40 metros de bajorrelieves, esculpidos en espiral para contar la conquista de la Dacia. De lo demás, de sus palacios, basílicas y baños púbicos solo quedan cimientos, columnas partidas, esqueletos incompletos y catacumbas. Lo de ciudad eterna fue pura propaganda. Roma había sido fundada en el 753 a.C. En el 44 a.C, a la muerte de César, Roma había conquistado medio mundo. Augusto le sucede y encarga a Virgilio un marco ideológico que explique tanto poder. Del encargo sale la Eneida, poema épico que narra la huida de los troyanos, sobrevivientes de la guerra contra Grecia, con Eneas a la cabeza, que llegan al Lazio para fundar un imperio que recupere las glorias perdidas. Rómulo, fundador de Roma en la mitología, sería descendiente de este Eneas. Al empezar la era cristiana, Roma se proyectaba, efectivamente, como un imperio sin fin. Los poetas y luego los historiadores empezarían a llamarla ciudad eterna.
Pero Roma muere en el 476, oficialmente por invasión. Las tribus germanas la ocupan, huyendo de los hunos de Atila. Sin embargo, Roma venía agonizando desde mucho antes. Primero dejó de ser una república, cuando el poder de los senadores se concentró en el emperador, que, bien o mal, hacía lo que quería. La Guardia Pretoriana era un ejército de élite concebido para proteger a los emperadores. Pero, cuando estos dejaron de gobernar para entregarse a la frivolidad de los placeres, la guardia captura el poder y lo subasta. Con dinero se elegía al emperador o se le asesinaba. Distraídos en estas luchas internas, el imperio dejó de crecer. Sin nuevas conquistas, bajó la recaudación por botines de guerra; bajó también el número de esclavos, encareciendo la mano de obra; al final, se redujo la oferta de bienes y servicios, y se disparó la inflación. Sin recursos fiscales, el imperio no pudo mantener ejércitos y empezó a perder territorios, en un círculo perverso que incrementó la crisis económica. Tampoco podía mantener en buen estado los caminos y empezó a perder comunicación. Sin ella, era imposible administrar territorios tan extensos. En el 293 Dioclesiano dividió el imperio en cuatro y en el 395 Teodosio en dos: el de Oriente con su capital Bizancio, que sobreviviría mil años más por el comercio con Asia; y el de Occidente, con Milán como nueva capital, porque Roma sería sucesivamente saqueada en el 410, 415 y 472. Roma murió lentamente, desde dentro, por dictadura, por corrupción y por crisis económica.
Mire usted que aquí en Perú estamos comprando el menú completo. La crisis política lleva buen tiempo, no hay democracia real y la gente ya perdió la esperanza de que su situación mejore. La crisis económica se ha instalado. En el corto plazo hay desempleo e inflación, y, en el largo plazo, no hay en el horizonte un plan de crecimiento que asegure reducir la pobreza. La Guardia Pretoriana aparece como bandas criminales. Están teniendo éxito en algunas actividades económicas prohibidas (minería ilegal, trata de personas, tráfico de terrenos y narcotráfico). Ya están colocando autoridades locales y hasta uno que otro congresista; falta poco para que empiecen a capturar el gobierno nacional. En Ecuador y México asesinan. Según la historia, por ese camino se va a la destrucción. ¿Es reversible? En rigor, Roma muere cuando se olvidó de ser Roma, de los fundamentos que la hicieron grande: su república que tenía capacidad de administración, su derecho que garantizaba los contratos y sus finanzas públicas ordenadas. Deberíamos hacer lo que Roma no hizo, regresar a lo que nos generó prosperidad: iniciativa privada para desarrollar empresas y negocios. Con dinero en el Estado, podremos dar los servicios públicos que nunca tuvimos y construir la democracia que soñamos.
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