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[OPINIÓN] Ed Málaga: “Guardianes de la Pascua en el hospital del niño”
Tres días después volví para reunirme con la Dra. Tomas y recorrer los pabellones, solo con mi guitarra y una provisión de conejos de Pascua.
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Esta Semana Santa, visité dos veces el Instituto Nacional de Salud del Niño. La primera vez, junto al ministro de Salud, constaté que muchos niños deben esperar meses —a veces años— para acceder a trasplantes de hígado, riñón, córnea, médula y otros. La falta de donantes de órganos se agrava ante el desconocimiento generalizado sobre los beneficios de la donación. Hace poco, el Congreso aprobó una ley para promover esta práctica solidaria que puede salvar muchas vidas y ahorrar grandes sufrimientos. Pero para que la ley entre en rigor, el Minsa debe reglamentarla, algo que suele ser una odisea.
A la salida nos esperaba un enjambre de reporteros, muchos de ellos padres, y ávidos —pensaba yo— de saber cómo un congresista y un ministro podían sumar a esta noble causa. Y ahí, ante la mirada atónita de niños, padres y el personal de salud, lo único que hicieron fue abrirse paso a codazos para preguntar por los Rolex de la presidenta. “Tiene razón Jaime Bayly”, pensé, “somos una república bananera, con políticos bananeros y prensa bananera”. Básicamente, nos dijeron a todos que al carajo la donación de órganos, que poco o nada les importaba a ellos y a sus productores si los niños —que vienen de todas las regiones, algunos de solo unos meses de edad, con síndrome de Down, o incluso abandonados por sus padres— podrán tener mejores tratamientos para el cáncer, leucemia, quemaduras, cardiopatías y otras dolencias.
Tres días después volví para reunirme con la Dra. Tomas y recorrer los pabellones, solo con mi guitarra y una provisión de conejos de Pascua. Tras más de cuatro horas, quedé rendido ante el amor y la dedicación que el personal de salud le profesa a los niños y sus familias. Y mientras les hablaba y cantaba, noté que una compañía de clowns hospitalarios contagiaba de alegría otros pabellones, llevando a los niños a mundos de color y fantasía, arrancándoles risas en medio del dolor. Esos grandes corazones me devolvieron la esperanza y el ánimo para seguir adelante.
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