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[OPINIÓN] Gabriel Ortiz de Zevallos: “La vida es un privilegio y la muerte una certeza”
“La vida tiene fecha de expiración, incierta. Somos como un pomo donde no la han escrito, pero está el espacio para que lo llenen. Con aviso o sin él, la fecha de expiración llega…”.
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Vivir, para cada individuo, sobre todo los que no enfrentamos carencias básicas al nacer, es un privilegio pocas veces comprendido como tal. El temor instintivo hacia la muerte hace que la reduzcamos a una frase bonita, sin interiorizar plenamente lo que implica. Perdonarán lo mundano del razonamiento, pero una eyaculación en promedio tiene 250 millones de espermatozoides, y somos el resultado de que uno de ellos haya ganado a los 249'999,999 restantes. Si el que originó al que hoy viste y calza hubiera llegado placé, yo no sería quien soy, ni usted tampoco.
Obviamente, llamar privilegio a vivir es difícil de justificar para los muchos compatriotas que todavía sufren carencias vitales, tanto en lo material como en lo emocional: anemia, desnutrición infantil, violencia familiar, etcétera, hacen de la vida algo mucho más duro desde sus inicios. Eso debiera comprometernos más en solucionar esos problemas, más que dejar de admirarnos sobre el privilegio de estar vivos. Sin duda, mi mirada es la de nacer en un hogar privilegiado, sin carencias materiales, aunque sí épocas de vacas flacas, y una abundancia de estímulos y referencias que abrieron tantas ventanas que luego fue difícil elegir. Genética y ambiente influyen en la inteligencia y otros elementos del carácter, pero hace aún más claro que no tenemos mérito alguno por ello, ambos son regalos.
Como el humano evolucionó del mono, nuestro cerebro se adaptó a esa evolución con más masa cerebral que procesa en simultáneo la información de lo que vivimos de manera que puede ser confusa. Desde que enviudé joven, siempre me ha sorprendido por qué la muerte y el duelo nos sorprenden tanto, cuando toda la humanidad lo ha vivido desde siempre. ¿Cómo no se conversa ni acumula conocimiento suficiente sobre un hecho importante e impactante en todas las vidas previas y que nos impactará inevitablemente, tarde o temprano, con mayor o menor sorpresa y dolor? ¿Qué nos hace actuar día a día como si la inmortalidad fuera la regla cuando la muerte nos saca la mugre a cada rato? Yo soy agnóstico desde los 16 años aproximadamente, y más por rigor metodológico que otra cosa. Creo que no hay vida después de la muerte, respetando la fe de mis amigos que discrepan, aun cuando resulta muy injusto que si ellos tienen razón tengan la eternidad para fastidiarme por mi error, cuando si acierto no tendría siquiera la posibilidad del menor gesto yotedije. Ni modo, cada uno cree lo que cree y actúa en consecuencia.
La vida tiene fecha de expiración, incierta. Somos como un pomo donde no la han escrito, pero está el espacio para que lo llenen. Con aviso o sin él, la fecha de expiración llega, y cuán desprevenidos nos coja depende un poco de cuán claras hayamos tenido nuestras prioridades durante el privilegio de vivir. En los momentos más duros de mi vida, cuando procesaba el duelo por mi esposa asesinada y el miedo a cómo podría lograr que mis hijos crecieran bien, el dolor me hizo aprender algunas cosas que me han servido luego mucho. Parte de la dificultad para procesar un duelo tiene que ver con reconocer nuestra propia mortalidad, una vez que uno trasciende ese miedo, el camino se hace más fácil. Perder parte del miedo a la muerte es algo a lo que tendremos que enfrentarnos, tarde o temprano. Uno no puede vivir asustado, y si ya buena parte de la promo ha aparecido en obituarios, es obvio que el “next” se acerca cada vez más. Uno puede adelantar ese proceso, o lo pueden adelantar a la fuerza, pero es siempre doloroso y liberador a la vez. Una vez que la muerte es parte de lo esperado, aprovechar la vida es fundamental. Y eso, en mi modesta opinión, es tener paz; cultivar relaciones que trasciendan, de todo tipo; y tener una motivación que nos haga levantarnos en la mañana con ganas de hacer lo mejor que podamos, disfrutando el camino incierto, sabiendo que la maestra da y quita, quita y da, Blades dixit.
PD. En honor a Enrique Valenzuela, cuyo legado de buen humor y gran actitud frente a la vida espero saber honrar.
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