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[Opinión] Hernando Carpio Montoya: A 143 años del saqueo y destrucción de Mollendo
[Opinión] Hernando Carpio Montoya: A 143 años del saqueo y destrucción de Mollendo
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Durante la Guerra del Pacífico, en marzo de 1880, el alto mando chileno ordenó destruir los puertos del sur peruano para impedir el envío de refuerzos al Ejército del Sur; así, el día 9, llegaron a Mollendo el blindado Blanco Encalada, la corbeta O’Higgins y los transportes Amazonas y La Mar.
El batallón de Navales y los Regimientos 2.º y 3.º de línea, al mando de los coroneles Orozimbo Barboza y Baldomero Dublé Almeida, desembarcaron al norte de Mollendo, desde donde avanzaron y ocuparon la ciudad sin resistencia.
Los invasores tomaron pacíficamente las instalaciones del embarcadero, los almacenes de la aduana y la estación del Ferrocarril del Sur. Fueron inútiles los telegramas pidiendo ayuda al prefecto de Arequipa, no hubo respuesta.
El 9 de marzo por la noche, la soldadesca sureña atacó los almacenes de la aduana, donde encontraron mercadería y licores. Las botellas corrieron de mano en mano nublando la conciencia y la razón. Embriagados, o?ciales y soldados se dedicaron entonces al pillaje, atacando brutalmente a la población y abusando de las mujeres que encontraban a su paso. Los reclamos de los indignados cónsules extranjeros detuvieron en parte los excesos; sin embargo, la noche del 10 de marzo, las tropas atacaron nuevamente a la población. El saqueo continuó el día 11, seguido de incendios, que rápidamente se propagaron entre las construcciones de madera, no pudiendo ser controlados porque la ciudad no tenía bomberos.
No se salvó ni la Iglesia, que fue saqueada sin ningún respeto. Cuentan los maestros mollendinos que, en medio de la barbarie, la embriagada tropa encontró allí la imagen de la Virgen del Carmen, patrona del Ejército de Chile, a quien declararon traidora por estar en el país del enemigo, y la fusilaron. El incendio fue tal, que las campanas cayeron y se derritieron.
Para la mañana del 12 de marzo, las tropas chilenas se retiraron sin ser molestadas, dejando Mollendo como un inmenso despojo humeante. Como regalo de despedida la estación del ferrocarril fue desmontada y llevada como trofeo, dinamitándose luego las instalaciones.
La historia es injusta con Mollendo pues no se conoce mucho esta página oscura de la guerra, no hay actos oficiales ni ceremonias. Mi madre, mollendina, lloraba contándomela cuando yo era niño, hablaba de no olvidar nuestra identidad, y cada palabra suya está presente, como letras imperecederas grabadas en mi alma con la fuerza de su cariño. Recuerdo que siempre terminaba diciéndome. “Ya sabes por qué nos llaman el Puerto Bravo”.
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