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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Desinterés por la verdad
“Abunda el resentimiento, el sesgo y probablemente alguna tara cognitiva puesta al servicio del postureo moral. Esto es parte de nuestra cultura contemporánea: quedar bien en redes así no se sepa de qué se está hablando”.
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Un hombre mata a una mujer y luego se suicida. La prensa hace su trabajo: recoger las piezas del rompecabezas de un homicidio. Imposible hacerlo sin paciencia y sin prudencia. Es la razón, no la emoción, a la que le toca descifrar lo inaceptable que supone quitarle la vida a alguien.
Se reúnen datos.
Ambos, compañeros de trabajo, estaban almorzando en grupo celebrando un cumpleaños en víspera de un feriado. El suicida homicida había sacado recién hace dos meses una licencia para portar armas.
En un video de otro comensal se ve un estuche con el logo CZ impreso. CZ es una marca de armas de la República Checa. El arma registrada a su nombre era una CZ modelo P-10s. En ese mismo video se ve que este estuche estaba al lado de un pisco sour catedral.
En el restaurante, aparte de quienes serían testigos de una muerte, había una cámara que registró los hechos. Todo es grabado. La grabación queda en poder de la Policía. Un testimonio de primera mano de alguien que ve el video relata lo siguiente: había alegría en esa mesa, el homicida manipula un canguro, se da una detonación y la mujer a su lado se desploma sobre él. Luego del shock, él y los demás comensales tratan de asistirla sin lograr resultados. (El proyectil le había lacerado la aorta). Llegan los paramédicos y el dueño del arma se retira de la mesa. Eso es lo que el testigo dice haber visto en el video.
Claudia Goachet, una de las compañeras de trabajo de los fallecidos que estuvo presente en el almuerzo, le declara luego por WhatsApp al programa de Magaly Medina “…solo quería que quede claro que todo esto ha sido un accidente. No fue intencional. Todos éramos amigos y compañeros de trabajo que pasaban un buen momento. La tragedia que sucedió con Rosa ha podido sucederle a cualquiera. Felipe nunca tenía la intención de hacerle daño a nadie; él fue quien estuvo auxiliando a Rosa hasta que llegaron los paramédicos. Una vez pasó eso fue que se retiró a su vehículo porque no podía con la culpa… El canguro estaba encima de la mesa. Nadie se podía imaginar que había un arma dentro y estoy segura de que, si alguien lo supiera, le habría dicho que lo desaparezca de ahí”.
Dato: el testigo que vio el video no conoce a Claudia Goachet.
El almuerzo era en un restaurante de Miraflores y el homicida manejaba un Mercedes Benz. Mucho antes de recopilarse la información anterior, se dispara en redes una serie de especulaciones sin fundamento, disparatadas y, en algunos casos, enfermizas. Ejemplos:
“El feminicida era un libertario con pomposos estudios en la Universidad de Lima y extranjero, además de anticomunista fraudista y ultrafanático de Keiko Fujimori”.
“Lo que se prueba acá es que el tipo no estaba en esa reunión y que fue solo para matar a su ex, es decir, que actuó con alevosía y ventaja”.
“Parece planeado porque rápidamente va a su auto para huir”.
“De acuerdo a las investigaciones, ese video sería de otro día”.
“De pronto se malograron las cámaras de seguridad de Panchita”.
“Maquillan la información porque es de Miraflores”.
“Invisibilizar un feminicidio es ser parte del problema”.
Esto es solo una muestra. Hay peores. Son contenidos que ameritan una aproximación psicológica al impulso incontinente de hablar sobre lo que se ignora. O, peor aún, una absoluta indolencia al dolor de dos familias. De paso, ¿qué espera la Policía para liberar el video y acabar con las especulaciones?
En esas aseveraciones abunda resentimiento, sesgo y probablemente alguna tara cognitiva puesta al servicio del postureo moral. Esto es parte de nuestra cultura contemporánea: quedar bien en redes así no se sepa de qué se está hablando.
La prensa ha cometido mil errores. Y es su obligación si quiere recuperar la confianza, reconocer yerros. Pero, en este incidente, que es solo uno más de todo lo trágico que sucede a diario en el Perú, hay señales de algo ajeno al periodismo que se aplica a todas nuestras desgracias: informarse ya no es requisito para tener una opinión. La opinión ha suplantado a la evidencia. La verdad ya no interesa.
Tenemos un urgente problema de salud mental. Este se evidencia en una mesa de restaurante donde el pisco sour convive al lado de un arma cargada y encubierta. Se refleja en un alcalde que invita a Tinelli a una ciudad donde delincuentes extranjeros armados con fusiles de guerra amenazan de muerte a peruanos. Asoma en el divorcio de la realidad que tiene una presidenta que afirma que “el Perú está en calma y en paz” con tal de hacerse selfies con gente que la valide.
Pero también está presente en el rencor que genera la muerte ajena, instrumentando pérdidas para sentir imaginariamente que se tiene la razón. Como si eso fuera lo importante. Estamos enfermos.
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