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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: “El hombre del año: el tonto polarizado”

“Cuando esta condición innata vive enchufada al tráfago de medias verdades de las redes sociales y la obstinación se disfraza de moralidad, se gesta, forja y consolida el tonto polarizado”.

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Al cabo de un año dramático poblado de protagonistas al límite, la distinción del personaje más determinante de los últimos 365 días no recae sobre héroe ni villano, sino sobre un tonto.
No nos estamos refiriendo a cualquier tonto, rubro que abunda despreocupadamente por la vida como conejos en el campo. Nos ocupa un tonto complejamente pertinaz en su naturaleza sectaria. Está anclado rabiosamente en un bando, intransigencia que lo hace daltónico a los claroscuros y matices de la naturaleza humana.
Tontos al natural han existido consuetudinariamente a lo largo de la historia, estableciendo la barra mínima de decoro exigible a la inteligencia. Revisemos algunos ejemplos emblemáticos.
“Si hubiera más hombres como Hitler, la paz estaría garantizada en Europa”, dijo el tonto de Neville Chamberlain, primer ministro británico, un año antes que los nazis invadieran Polonia. Sucedió en el mismo año, 1938, en que la revista Time eligiera hombre del año al mismo Adolfo Hitler.
El soberano etíope de Abisinia, Menelik II, quedó fascinado en 1887 con la primera prueba exitosa de la silla eléctrica. Pensando en el bienestar de su pueblo, dispuso la compra de varias sillas eléctricas, promesas de seguridad ciudadana a favor de sus súbditos. Cuando llegaron los dispositivos a su reino, Menelik reparó que en Abisinia aún no había electricidad.
Gustavo III de Suecia creía firmemente que el café era una bebida mortal. Consideró que la mejor manera de demostrarlo era condenando a un reo por asesinato a ser ejecutado mediante la ingestión de doce tazas diarias de café.
Diez años después el rey moría asesinado por un disidente, mientras el condenado a muerte seguía bebiendo café. Acabó siendo indultado, muriendo de causas naturales, y en aromas cafeteros.
Los anteriores son casos de tontería natural. En ellos la mencionada disposición fluye armónicamente, con exponencial reverberancia conforme su origen se acerque más a las esferas del poder. Distinta es la figura cuando el tonto no solo incurre en la tontería, sino que, además, se apertrecha, acomoda y consolida en una sola idea como un sistema de pensamiento, obra y vida. Ya estamos en terrenos del tonto polarizado.
El tonto polarizado es una figura que es signo de estos tiempos. Aquellos en los que la ingesta permanente de opiniones y subjetividades, cuando no de información falsa a secas, se convierte en el sustento argumental de un onanista sesgo autoconfirmatorio. Este proceso se amalgama con la ideología o pensamiento tribal que el tonto evalúa que le otorgará el volumen de superioridad moral que necesita, consolidando una argamasa densa e impermeable al punto de vista ajeno.
Queremos que todos piensen como nosotros, y nos rodeamos de gente que nos confirme que tenemos la razón: la impagable calidez de la palmadita en el hombro. Y el que no piensa como yo, además de estar equivocado, es mi enemigo.
Lo respetable del tonto polarizado es su diversidad política. Su disposición abarca indistintamente todos los colores del espectro polarizado. Puede ser comunista, socialista, caviar, conservador o facho; la única condición es que sea tonto y polarizado simultáneamente. En ello radica su fórmula doblemente ganadora frente al sentido común.
Nuestro cerebro está dotado de una predisposición biológica al tribalismo. El cerebro es xenófobo, como dicen los científicos. No acepta fácilmente ideas extranjeras o diferencias que contrasten con las nuestras; ni consideraciones que amenacen con atemperar una visión extrema del mundo.
Por eso resulta más fácil apelar a la emoción que a la razón. Es la explicación de por qué algunas personas convierten una camiseta de fútbol en una religión, y de por qué votamos como votamos. No lo hacemos pensando, sino sintiendo. Como sentimos que está bien, imaginamos que eso significa tener la razón.
Cuando esta condición innata vive enchufada al tráfago de medias verdades de las redes sociales y la obstinación se disfraza de moralidad, se gesta, forja y consolida el tonto polarizado.
Su misión no se arredra ni ante la fatalidad ni el dolor, como se puede ver en cierta penosa y mezquina reacción a la muerte de Pedro Suárez Vértiz. Mientras miles lo lloran y le agradecen por una música intrincada con sus vidas, otros juzgan y sentencian al difunto desde la comodidad de un teclado.
La tontería polarizada está convirtiendo a la inteligencia emocional en una especie en extinción.
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