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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: Sobre la canonización de Pedro Gallese

“Pedro Gallese es un sirviente de Dios desde el momento en que pisa la cancha y se persigna en señal de entrega a su voluntad divina. Sabe que el portero peruano es el último recurso de la disfuncionalidad del equipo”.

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Fecha Actualización
El Perú tiene una lista de cosas urgentes que nunca se harán. Agreguemos una nueva tarea a esa lista improbable: la canonización de Pedro Gallese.
A través de la Congregación para las Causas de los Santos, que es para el Vaticano lo que el TAS es para la FIFA, la Iglesia católica establece cuatro pasos en el camino a la santidad. En este caso sobra sustento sobre este cuarteto sine qua non.
Primer paso: ser siervo de Dios
Pedro Gallese es un sirviente de Dios desde el momento en que pisa la cancha y se persigna en señal de entrega a su voluntad divina. Una sólida resignación cristiana le hace saber que el portero peruano es el último recurso de la disfuncionalidad del equipo, el final de todas las estrategias fallidas, el parachoques definitivo del fracaso sistémico del errático, envejecido y lesionado balompié nacional. Haz de mí un instrumento de tu atajada, podría parafrasear a san Francisco de Asís.
Breve repaso de su biografía corrobora esta sujeción a la adversidad como parte del plan divino. Gallese empieza representando al Perú en el Mundial Sub-17 de Corea, año 2007. En esa gesta, el principal aporte de Gallese fue depositar sus nalgas en la banca de suplentes.
En el año 2014, guardando las piolas del club San Martín, perdió la final de la Copa del Inca ante Alianza Lima, resuelta a penales. Gallese se lanzó en todos los disparos hacia el mismo lado, el izquierdo. Ninguna bola fue por ahí.
Su primera incursión internacional fue en el tristemente célebre equipo mexicano de los Tiburones Rojos de Veracruz. Esta escuadra ostenta el récord absoluto de 41 partidos seguidos sin conocer la victoria. El equipo perdió la categoría y desapareció. No sin antes complicarle la vida a Gallese, como veremos más adelante.
Segundo paso: ser venerable
Los hinchas curtidos en la gitanería nacional lo han elevado informalmente a los altares. Testimonios de esta veneración hay por doquier, pero tendrían que ser tomados con especial consideración aquellos del Hincha Israelita, el Fantasma del 69 y el Niño Cóndor, evangelizadores misios y viajeros del gallesismo, si cabe el término, tarea que supone ir siguiéndolo por el mundo en detrimento de sus propias economías con la misión de rezar para que no le hagan goles.
Tercer paso: hacer un primer milagro
Para sustentar esto, es menester regresar a la etapa mexicana en los Tiburones Rojos de Veracruz.
Fue en un malhadado encuentro contra el Pachuca cuando el minuto 32 marcó la desgracia casi cancelatoria contra Gallese. En su afán por desviar la potente patada de un delantero rival, estrella violentamente su mano derecha contra el travesaño. Al reincorporarse, entrecerró los ojos para que nadie notara que estaba llorando.
El golpe supuso una fractura expuesta en el dedo anular. Justo cuando Perú tenía encima las eliminatorias de Rusia 2018 con partidos contra Bolivia, Ecuador y Argentina. Según parte médico, tendría que esperar, por lo menos, 60 días antes de volver a calzarse los guantes. El acabose.
Su compañero y sosías Carlos Cáceda le cuidó el arco con solvencia ante Bolivia y Ecuador, sendos triunfos. Pero, conforme se acercaba el partido contra la Argentina de Messi, el ambiente se fue enrareciendo.
Si bien Gallese posteaba voluntariosas fotos de su improbable proceso de recuperacion, un periodista argentino le decía que su esfuerzo era por gusto, porque se trababa de un arquero de medio pelo, indigno de los poderes sobrenaturales del messianismo.
A horas del partido contra Argentina, el arquero lesionado le envió un mensaje de Whatsapp a su señora esposa:
Amorcito, me avisan que seré titular hoy.
Habían pasado solo 44 días de esa fractura, plazo improbable de recuperación. Explicación terrenal no había.
Esa noche fueron inútiles los esfuerzos de Messi y su ballet por vulnerar una portería bendecida por ese Dedo de Dios. Gallese entregó su arco invicto. Su desempeño fue bautizado como el Milagro de Buenos Aires.
Cuarto paso: hacer un segundo milagro
Este acaba de suceder ante millones de espectadores arrítmicos en una gesta celestial frente a la oncena paraguaya, que ha de ser atea.
Tal como reclaman las normas vaticanas, la intersección del venerable siervo de Dios Pedro Gallese fue decisiva en la ejecución del reciente prodigio paraguayo. Nada tuvieron que hacer chamanes, tocar novias, ni la virtud que otro beato popular nacional – Ricardo Gareca— ahora le atribuye a un banco: la confianza.
Lo de Gallese tiene que ver con una piedad superior que debe estar reconsiderando el concepto de justicia divina. Damos por hecho que la política es un charco. Pero aplaca tu ira, señor; al menos déjanos el fútbol. Hágase tu voluntad aquí en la cancha como en el cielo y mantén a Gallese en estado de gracia bajo esa tremenda cruz que le toca llevar a cuestas: el arco peruano.