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[OPINIÓN] Joaquín Rey: Luz en el socavón
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No cabe duda de que estamos frente a una situación de enfriamiento económico. Tal como reportó el ministro de Economía esta semana, la inversión privada se habría contraído en 13% durante el primer trimestre del año, la mayor caída desde 2009 –excluyendo la pandemia–. Por su parte, el consumo privado habría crecido solo 1.6%, cuando el año pasado su crecimiento en el mismo periodo fue de 4.8%.
Aunque la inversión pública ha tenido un repunte, por su escala, esta es largamente insuficiente para compensar el enfriamiento de la actividad privada. Por ello, vamos registrando dos meses de contracción económica: enero registró una caída de 1.1% y febrero de 0.6%.
Es evidente que las protestas sociales y los fenómenos climáticos han pasado una factura grande. De acuerdo con estimaciones del MEF, la conflictividad social ha generado pérdidas económicas por casi S/3,000 millones, mientras que el costo estimado de los huaicos y lluvias de enero a abril ha sido de S/4,200 millones.
Si bien la conflictividad ha menguado, en el ámbito de los fenómenos climatológicos persiste una alta probabilidad de enfrentar un Niño global en los próximos meses, cuyos efectos podrían ser aún más devastadores que los experimentados hasta hoy.
En suma, estamos ante un escenario económico muy complejo que requiere acciones decididas para la reactivación. Los esfuerzos deben estar centrados en la inversión privada, que es la variable más deprimida y que constituye casi el 80% de la inversión total en nuestro país.
El camino más efectivo para hacerlo es, sin la menor duda, dinamizar los proyectos mineros que el Perú tiene hoy en cartera. Por su escala, estos pueden hacer una diferencia realmente significativa en el crecimiento de este y los próximos años. De acuerdo con el Minem, el país tiene hoy 47 proyectos en cartera por una inversión total de US$53,700 millones. De estos hay algunos que solo requieren algún tipo de autorización del Estado para iniciar su fase constructiva este o el próximo año. Tal es el caso de Inmaculada en Ayacucho (US$4,436 millones), la extensión de Antamina en Áncash (US$2,000 millones), Zafranal en Arequipa (US$1,473 millones), Magistral en Áncash (US$493 millones) o Romina en la sierra de Lima (US$150 millones). Solo estos proyectos suman una inversión de US$8,552 millones, monto 60% mayor al total de la inversión minera que se concretó en 2022.
La minería, además de su escala, tiene la virtud de generar un impulso descentralizador muy potente. De hecho, el 98% de la inversión contenida en la cartera actual del Minem se encuentra fuera de Lima. Esto implica la generación de decenas de miles de puestos de trabajo formal en las regiones durante la fase constructiva. A ello se añade que, durante la fase de operación, la actividad genera ingentes recursos fiscales. De todo el Impuesto a la Renta pagado por la minería, el 50% permanece en las regiones, provincias y distritos en la forma de canon, lo que permite financiar el gasto en salud, educación, conectividad y otras áreas fundamentales para el desarrollo del país.
A ello hay que añadir que los precios internacionales de los minerales que el Perú exporta pasan por un excelente momento. Solo el cobre, que representa más del 30% de nuestras exportaciones totales, ha experimentado un incremento de precio de 17% desde el mínimo alcanzado a mediados de 2022. Además, como consecuencia del auge de los vehículos eléctricos en el mundo, se prevé un crecimiento sostenido en la demanda del metal rojo –insumo utilizado en la producción de baterías– en los próximos años y décadas. Este debería ser el momento para promover proyectos cupríferos prioritariamente.
Afortunadamente, el contexto internacional que enfrentamos no es malo. China, principal destino de nuestras exportaciones, espera un crecimiento de 5% este año luego de un magro 3% en 2022. Y la inflación está finalmente reduciéndose en casi todo el mundo, por lo que se esperan políticas menos restrictivas por parte de los bancos centrales, lo que promoverá el crecimiento del consumo y la inversión global.
En suma, estamos ante una magnífica ventana de oportunidad que no debe ser desaprovechada. No se trata de cifras abstractas. La inversión minera significa hogares que reciben ingresos, colegios que se construyen, carreteras que se abren y familias que salen de la pobreza. La posibilidad está en nuestras manos. El momento es ahora.
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