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[OPINIÓN] Martín Naranjo: El secreto de la felicidad
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El secreto de la felicidad, dicen, está en tener bajas expectativas. Mientras más bajas las expectativas, más grandes pueden ser las sorpresas positivas. Y, al contrario, mientras más altas, más grande puede ser la frustración. Por ejemplo, para quienes empezamos a trabajar en la segunda mitad de los años ochenta y salíamos a comprar alimentos para nuestra familia en medio de apagones y cortes de agua, y, además, vivíamos con controles de precios e hiperinflación a la vez, se nos hace muy preciada la estabilidad y extraordinariamente valorada la paz.
En esos años, los que teníamos algún ingreso nos convertimos por necesidad en cambistas expertos. Es que nuestra moneda no valía nada. Entre los soles originales, los intis y los nuevos soles eliminamos nueve ceros: un sol de hoy son mil millones de soles de esa época. Mil millones de soles en billetes de 100 ocupan más o menos un dormitorio lleno de billetes, de pared a pared, de piso a techo. Es decir, se eliminaron nueve ceros porque, si no, se habría necesitado un dormitorio lleno de billetes para tener el equivalente de una moneda de un sol. Las familias más pobres, sin ningún instrumento para defenderse, fueron golpeadas inmisericordemente por la hiperinflación y por el terrorismo. Muchos peruanos, igual que hoy los venezolanos, migramos. Muchos nunca más regresaron. Terrorismo e hiperinflación marcaron honda huella en la generación del pan popular y la leche ENCI. Por eso valoramos y apreciamos tanto la paz como la estabilidad.
Ahora, tomando en cuenta que la mitad de los peruanos de hoy nació después de la captura de Guzmán, y que seguramente una proporción bastante mayor no tiene ningún recuerdo de la leche ENCI, ni de las colas, ni de los paquetazos, ni de los apagones, ni de las bombas, es natural que los jóvenes peruanos den por sentadas la estabilidad económica y la paz. Es natural que no las valoren de igual manera. No hay cómo culparlos. No hay cómo contarles las cosas sin aburrirlos. Quieren y merecen mucho más. Una cosa es la satisfacción de salir del hoyo; otra muy distinta es la insatisfacción por el estancamiento o por la carencia de los servicios básicos de seguridad ciudadana, educación, salud o justicia, que un gobierno honesto debe proveer con calidad.
Parece ser que la paz y la estabilidad siguen lo que los economistas llaman la ley de la utilidad marginal decreciente: así como cuando uno tiene mucha sed el primer vaso de agua produce una satisfacción mayor que la que produce el segundo vaso, y el segundo mayor que la del tercero, hasta que en algún momento dejamos de valorar el enésimo vaso, en algún momento dejamos de valorar en el enésimo año la estabilidad y la paz. Lo que no podemos olvidar, sin embargo, es que ambas, igual que nuestra democracia, son innegociables, son condiciones absolutamente necesarias para crecer y seguir construyendo nuestra patria.
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