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[Opinión] Mauricio Aguirre: La Calle
El fracaso de la moción de censura al ministro del Interior, Willy Huerta, es la confirmación de que el Congreso dejó de ser una preocupación para el presidente Castillo. El grupo que desde el Legislativo impulsa su salida prematura del poder ha fracasado en sus intentos por consolidar un bloque que haga viable una vacancia, un adelanto de elecciones o una acusación constitucional. Con las justas han conseguido una que otra censura ministerial, y ni siquiera se han atrevido a buscar en serio la cabeza de alguno de los jefes de gabinete. Ser disueltos les preocupa más que disolver a su vecino de la Plaza de Armas.
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El fracaso de la moción de censura al ministro del Interior, Willy Huerta, es la confirmación de que el Congreso dejó de ser una preocupación para el presidente Castillo. El grupo que desde el Legislativo impulsa su salida prematura del poder ha fracasado en sus intentos por consolidar un bloque que haga viable una vacancia, un adelanto de elecciones o una acusación constitucional. Con las justas han conseguido una que otra censura ministerial, y ni siquiera se han atrevido a buscar en serio la cabeza de alguno de los jefes de gabinete. Ser disueltos les preocupa más que disolver a su vecino de la Plaza de Armas.
Las censuras de ministros, sin embargo, han dejado de ser un problema para Castillo. Los cambia como sacarse un par de zapatos para ponerse otro. Van 70 en 14 meses. El Ejecutivo no gobierna, sobrevive, y el Congreso es uno de sus más importantes balones de oxígeno.
Para sobrevivir se necesita tener a las potenciales amenazas bajo control, que ellas se diluyan en su propia inoperancia, o simplemente que no existan. Está claro que el presidente Castillo controla poco o nada, tanto así que ni siquiera fue capaz de sostener el despido del coronel Colchado de la Digimin, uno de sus principales dolores de cabeza en su intento por bloquear las investigaciones de corrupción en su contra.
Muchas de las amenazas a la permanencia de Castillo en Palacio se fumigan a sí mismas, como el Congreso, por ejemplo. Pero en realidad la mayor explicación está en que para una gran mayoría de gente la salida o permanencia del presidente Castillo es indiferente y sienten que la vida sigue a pesar de sus gobernantes, que, además, a través de los años para poco o nada les han servido.
La calle y no Castillo es, en verdad, la sobreviviente, y hoy tiene mayores urgencias por resolver que pensar en que la salida del presidente es la solución a sus angustias.
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