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[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Para retomar el crecimiento”
“La falta de claridad sobre el rumbo del país, las contramarchas en materia económica, y el cada vez más enmarañado marco regulatorio desincentivan los emprendimientos, en desmedro de la inversión y el crecimiento”.
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Aquellos que creían que este sería un año de crecimiento mediocre (me incluyo), se equivocarán por su exceso de optimismo. En efecto, la economía peruana lleva los primeros cinco meses del año en terreno negativo, lastrada por la contracción de la inversión privada y la ralentización del consumo, sin que se avizore un cambio significativo en lo que resta del año.
Como resultado, es seguro que cerraremos el 2023 con un mayor número de familias viviendo por debajo de la línea de pobreza, sin revertir la precarización del empleo que se instaló luego de la pandemia. La economía peruana ha dejado de generar los puestos formales necesarios para absorber a los jóvenes que se incorporan en el mercado laboral, con el consecuente incremento de la informalidad (75% de nuestros trabajadores).
Son dos los tipos de explicaciones a ensayar para entender lo que sucede. Las razones inmediatas del descalabro guardan relación con la inestabilidad política y polarización extrema que se ha traducido en hipos de conflictividad social exacerbada y el deterioro progresivo del entorno institucional.
En tales circunstancias, resulta difícil que agentes racionales apuesten por el desarrollo de proyectos con horizontes temporales de largo aliento. La falta de claridad sobre el rumbo del país, las contramarchas en materia económica, y el cada vez más enmarañado marco regulatorio desincentivan los emprendimientos, en desmedro de la inversión y el crecimiento.
Existen, empero, otras razones estructurales poderosas que no podemos obviar. No olvidemos que la economía peruana ha venido perdiendo impulso de manera pronunciada desde antes de la pandemia. El dinamismo anterior fue producto de la implementación de las reformas ensayadas en los 90, las mismas que nos legaron las tres principales fortalezas económicas del país: estabilidad macro, prudencia fiscal y apertura comercial.
Si bien esos cambios nos permitieron crecer a ritmos acelerados durante el superciclo de los minerales, han sido insuficientes para mantener el impulso económico. Y es que el país no ha avanzado con la otra agenda de reformas pendientes, las de segunda generación, políticamente más complicadas. Me refiero sobre todo a aquellas orientadas a apuntalar la productividad, que desde hace algunos años también discurre en terreno negativo.
En ese sentido, resulta fundamental reforzar nuestro capital humano. Los déficits que arrastramos en materia educativa se han agravado como resultado de las extremas medidas de aislamiento adoptadas durante el COVID-19. De igual modo, las reformas adoptadas en ese frente han perdido impulso, con retrocesos en algunos extremos. Ni qué se diga del estado calamitoso de la salud pública.
El cierre de nuestra brecha de infraestructura es otra tarea pendiente que debemos abordar con urgencia. Lo mismo es cierto de la baja calidad institucional, la creciente inseguridad y el acceso a la justicia, elementos fundamentales para la vida de los peruanos. Se trata de reformas impostergables y necesarias para retomar la senda del crecimiento sostenido que el país necesita a fin de generar bienestar y oportunidades para todos.
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