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[OPINIÓN] Patricia Teullet: ¡Qué vergüenza!
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El Perú es un país complejo y, de hace un buen tiempo a esta parte, estridente, donde vemos que la política se mezcla con la farándula cada vez con mayor frecuencia. Hace unos días un canal internacional de noticias entrevistó a dos periodistas peruanos a raíz de la renuncia del presidente del Consejo de Ministros y la imagen que se mostró fue embarazosa.
A ver: en cualquier país del mundo puede haber una crisis ministerial. Las autoridades se desgastan; surgen desacuerdos; es necesario renovar. Y eso es algo que ya se reclamaba en el Perú. Hasta aquí, nada fuera de lo normal. Lo escandaloso viene con la razón por la cual el entonces primer ministro Otálora se ve obligado a renunciar. Habiendo o no cargo público de por medio, los audios “cariñosos” entre este y una señorita muy hábil para conseguir trabajo en el Estado resultan escandalosos y, por supuesto, vergonzosos.
El Perú tiene mil problemas por resolver, pero no es frecuente que los noticieros internacionales se ocupen de ellos, a pesar de que bien lo merecerían: hechos de corrupción que hicieron que en determinado momento hubiera tres expresidentes encarcelados; crimen organizado en mafias de drogas y otras actividades ilegales. En otro nivel podemos ubicar problemas de desempleo, pobreza y desnutrición. Son problemas que pueden por supuesto presentarse en cualquier país, pero que deberían ser evitables en un país rico en recursos naturales listos para su aprovechamiento, con un pasado relativamente reciente en el cual la inversión privada, nacional y extranjera estaba a la espera de participar en diversos proyectos.
Para muchos, la gran responsabilidad de los fracasos, de la pérdida de crecimiento a pesar de contar con tantas ventajas, la tienen su clase política o su clase dirigente, incapaces de apuntar hacia un objetivo de desarrollo común. Una clase que peca no solo de acción, sino especialmente de omisión. La indiferencia es una de sus características principales y a ella podemos culpar de mucho del deterioro que ha sufrido el país durante ya varios años. Un deterioro paulatino, en el que la gran debacle se sintió en el gobierno de Castillo en el que ya ni el disimulo preocupaba para ocultar la corrupción. Fue una suerte que Castillo intentara un golpe de Estado y que, gracias a este, se encontraran razones para arrestarlo y encarcelarlo.
Evaluado independientemente, el gobierno de Dina Boluarte es un gobierno malo. Comparado con el de Castillo, es un gobierno mediocre, no tan malo tal vez, pero absolutamente insuficiente para dar la vuelta de timón que el país necesita para recuperar la inversión y el crecimiento. Y, mientras sus grandes problemas no se resuelven, mientras vemos cómo un lío de faldas va desvaneciendo la atención que empezábamos a dar a temas como la imprescindible reforma del sistema de justicia, perdemos nuevamente otra oportunidad.
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