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[OPINIÓN] Paul Montjoy Forti: Nicaragua, país apátrida

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Si pequeña es la patria, uno grande la sueña, este verso de Rubén Darío ha tomado significado para los escritores Gioconda Belli y Sergio Ramírez. Ambos aparecieron en la lista de personas a quienes el gobierno dictatorial Ortega-Murillo ha despojado de su nacionalidad. Quedaron apátridas los dos escritores contemporáneos más representativos de la verdadera Nicaragua, aquella que combate al régimen que los oprime.
Tanto Belli como Ramírez, en los cálidos días de julio de 1979, fueron entusiastas con la revolución nicaragüense. Se había logrado derrocar a Somoza, conocido violador de derechos humanos. Ramírez tuvo una fuerte participación de la mano con Ortega, quien se encargó del gobierno del país. El sueño, al igual que en la incipiente Cuba liberada, era darle a su país un gobierno democrático. Ramírez incluso llegó a ser vicepresidente de Ortega entre 1985 y 1990. Sin embargo, Ortega no tenía las intenciones de modernizar su país, sino, al igual que los Castro en Cuba, quería convertirse en el dictador de Nicaragua sin importarle el costo ni los muertos que ello conlleve. La estrategia del régimen, ahora, es atacar a la verdadera Nicaragua, aquella que no se elimina ni con la retórica ni con las balas.
En todo régimen autoritario existen dos realidades: la oficial y la real. Ortega ha tomado el control de la primera hace muchos años: tiene el poder de la fuerza, encarcela a sus enemigos políticos, controla los medios de comunicación, manipula el sistema educativo, persigue a sus críticos, maneja las relaciones internacionales, manipula las estadísticas y, posiblemente, herede el poder a su esposa, Rosario Murillo.
La otra Nicaragua, la real, es la que resiste al régimen, la que mantiene viva su cultura, la que repite oralmente las líneas que se borran de los libros de historia, la apátrida. Hace algunos meses el régimen Ortega-Murillo prohibió el funcionamiento de la Academia Nicaragüense de la Lengua, ordenó el arresto de escritores y periodistas, impuso la censura de todo aquel material literario que critique al régimen, empezó a atacar a la iglesia católica y todo aquello que forma parte de la cultura nicaragüense. En los últimos días, ha decidido quitarle la nacionalidad (como si eso fuera realmente posible) a Gioconda Belli y a Sergio Ramírez, sus más importantes escritores a nivel internacional. El régimen busca eliminar lo único que les queda a los nicaragüenses: su identidad.
Este hecho ocurrió después de que el régimen Ortega - Murillo liberara más de doscientos presos políticos (a pesar de que durante años negaron la existencia de estos) por presiones de los Estados Unidos y la Unión Europea. A pesar de la evidente barbaridad, la mayoría de los gobiernos de América Latina han callado al respecto. Lo que más llama la atención es la resistencia de ciertos grupos intelectuales y académicos de confrontar abiertamente lo que viene ocurriendo en Nicaragua (a pesar de que muchos se hacen llamar ‘defensores de los derechos humanos’). Tenemos que preguntarnos por qué, en las últimas décadas, esa ‘intelectualidad’ latinoamericana ha terminado por ser condescendiente con las dictaduras de la región.
Los apátridas, en papeles, son aquellos quienes han sido despojados de su nacionalidad. Pero ¿La nacionalidad y la identidad son algo que realmente se puede extirpar? Gioconda Belli, en un acto simbólico, cortó con unas tijeras su pasaporte nicaragüense. ¿Qué sos/ Sino puño crispado y bala en boca?/ ¿Qué sos, Nicaragua/ Para dolerme tanto?, ha escrito la poeta en ¿Qué sos, Nicaragua? ¿Puede un sátrapa como Ortega borrar la identidad, los recuerdos, la belleza, la poesía, la historia? Sergio Ramírez ha publicado en sus redes: “Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo”. La Nicaragua apátrida de los que luchan dentro de régimen, de los muertos, de los despojados, de los exiliados que llevan su identidad en el alma y el corazón es la que finalmente triunfará. Las balas nunca han podido detener el grito incendiario de las letras libres.