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[OPINIÓN] Paul Montjoy Forti: Vargas Llosa, el inmortal
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A los 86 años, Mario Vargas Llosa formalizó su ingreso a la Académie française, a pesar de la feroz campaña en contra por parte de sus enemigos. A los académicos de la institución francesa se les llama “inmortales” por el lema de la academia, “À l’immortalité”, que hace referencia al deber de preservar la lengua francesa hasta la ‘inmortalidad’. Vargas Llosa es el primer escritor que ha sido aceptado sin haber escrito nunca en francés. Un hecho tan insólito como extraordinario que catapulta al escritor a un par de peldaños por encima del Premio Nobel (ya lo había hecho antes al ingresar a La Bibliothèque de la Pléiade, un parnaso compartido con Baudelaire, Víctor Hugo, Montesquieu, entre otros).
La celebración del nuevo ‘inmortal’ viene por partida doble: también ha anunciado la publicación de su último libro de ensayos “Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa”. Mario Vargas Llosa confirma, con esta publicación, una incipiente sospecha: es el ensayista más influyente a nivel internacional de la historia del Perú. Ha escrito 15 libros de ensayos cuyos temas abarcan desde Rubén Darío hasta la cultura francesa. En los últimos años, se ha convertido en uno de los más importantes divulgadores de las ideas del liberalismo. El Premio Nobel no significó el ocaso de su obra, como en el caso de García Márquez que escribió poco después del premio. No son pocos los acérrimos enemigos que tiene Vargas Llosa en el Perú y en América Latina.
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Es necesario hablar de sus enemigos. Gran parte de quienes critican al autor de Conversación en la Catedral jamás han leído ninguna de sus obras (entre ellos muchos políticos). Se guían solamente por las opiniones, muy criticables, del autor para castigar una obra que, de hecho, es una de las más destacables de la lengua española. También están aquellos que solo lo critican por su vida privada. Otros son los que pertenecen al ‘mundo’ literario peruano. En un establishment manejado por gestores culturales socialistas es natural que la postura de Vargas Llosa (un excomunista converso) genere tanta tirria. Claro está que las palabras ‘mundo’ y ‘establishment’ son generosas para una industria cuyo objetivo es vender un tiraje de mil ejemplares y que, si no fuera por el éxito internacional del nobel, algunos de sus escritores destacados (que se llenan la boca criticando a Mario) no hubieran podido tener un espacio fuera de Perú. Lo cierto es que muchos de los escritores que lo critican serían incapaces de escribir, por falta de talento o dedicación, obras como La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo o, incluso, Travesuras de la niña mala, que es una novela exenta de complejidades.
Es un deber intelectual criticar a Vargas Llosa. De hecho, en artículos anteriores he puesto en evidencia sus incongruencias a la hora de criticar ciertos escritores como Manuel Puig. Sin embargo, una cosa es criticarlo y otra es tratar de vetar su obra por cuestiones meramente políticas. Cuando algún escritor, en lugar de hacer un análisis de la obra del nobel, incurre en la falacia de insultarlo, está renunciando al ejercicio intelectual al que está llamado, está tratando de manipular a sus lectores con argumentos poco válidos y está, finalmente haciendo gala de su propia envidia. Podemos no estar de acuerdo con su noción de arte, con sus ideas políticas, puede, incluso, desagradarnos sus temas, su prosa y su estilo, pero todo ello tiene que atacarse a través de nuevas ideas. Los intelectuales del ‘establishment’ peruano han terminado por hacerle un favor a Vargas Llosa: lo han convertido en la voz disidente. Y la disidencia es siempre revolucionaria.
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Vargas Llosa es el último escritor vivo de su especie (esa cuyo compromiso social es opinar acerca de todo). El mismo García Márquez, antes de que la enfermedad lo consumiera, fue un intransigente defensor de la dictadura cubana, a pesar del evidente fracaso de esta. Julio Cortázar también dedicó buena parte de su vida a emitir opiniones. Las opiniones de Mario, que no están exentas de polémica, fueron acertadas en el caso de Pedro Castillo, un hombre que enquistó una mafia dentro del estado para robar y luego intentó tomar el poder a través de un golpe de estado. Hoy los peruanos seguimos pagando las consecuencias de su irresponsabilidad.
El autor de Pantaleón y las visitadoras tiene una energía envidiable. Viene publicando a un ritmo de un libro por año. Estuvo hace poco en Perú haciendo investigación para su próxima novela. El inmortal parece incombustible. Claro que cuando regresa a su país, muchos de los que lo critican a sus espaldas se vuelven adulones y lisonjeros. En lugar de desearle el mal, me gustaría que su última novela superase a Tiempos recios y Cinco esquinas, dos novelas que no terminan por ser redondas como las primeras. Pero a estas alturas poco importa: Vargas Llosa ha escalado a una cumbre intelectual que pocas veces ha sido alcanzada por el hombre. Aunque les duela a sus enemigos domésticos, él es y será siempre el primer Premio Nobel de la historia del Perú. Además, tengo algunas sospechas: el examen del tiempo, que separa al autor de la obra, que limpia la paja del polvo y que decanta las ideas trascendentes de las nimias, pondrá a Vargas Llosa en un lugar mucho más expectante que el que le pronostican sus enemigos.
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