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[OPINIÓN] Rafael Belaunde Llosa: Vamos al mercado
“Para que la economía de mercado funcione, se deben cumplir ciertos principios básicos, uno obvio y elemental: acceder al mercado”.
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Llegamos al mundo desnudos, carentes de toda posesión material, solo dotados con ciertos derechos que son anteriores y superiores al Estado, entre ellos la vida, la libertad y el derecho a buscar nuestra felicidad, sea como fuere que la entendamos. Todo lo demás, inclusive otros derechos, dependerá de la capacidad de la sociedad de generar los recursos que permitan su provisión; por ejemplo, el derecho a la salud o la educación serán realizables en la medida que la sociedad genere los recursos para que estos servicios se puedan brindar (construir los hospitales y escuelas y contratar a los médicos y profesores).
Por décadas la discusión se centró en cuál era el ordenamiento económico, político y social más eficiente para garantizar a la población sus derechos naturales y, a la vez, la mayor dotación posible de bienes y servicios. Con la caída del Muro de Berlín en 1989, esta discusión parecía haber llegado a su fin, decretando el triunfo de las democracias liberales y la economía de mercado. Durante los últimos 30 años, inclusive, los gobiernos de izquierda, sobre todo la izquierda europea, aceptaron la economía de mercado como medio de generación de riqueza y centraron su esfuerzo en la capacidad redistributiva del Estado vía impuestos.
Hoy, una simple mirada al continente sudamericano basta para darse cuenta de que se ha producido un retorno a la vieja izquierda de los años 60, con la salvedad de que hoy es a través de los votos y no de las balas como acceden al poder, y que lo que se daba por sentado (el modelo económico) está ahora sentado, pero en el banquillo de los acusados.
En el caso del Perú, es fácil advertir la existencia de dos economías: la costa, moderna, cultural y económicamente occidental, plenamente enganchada a la economía de mercado, donde la producción y productividad de los factores han aumentado ostensiblemente y donde la pobreza se ha reducido de manera significativa y, de otra parte, el Perú andino, sobre todo el sur andino que cada día crece más desafecto de la costa y contestatario al diseño económico y social imperante.
Para que la economía de mercado funcione, se deben cumplir ciertos principios básicos, uno obvio y elemental: acceder al mercado. Un niño sur andino, víctima de una salud precarizada ante la inclemencia del clima y la ausencia de servicios de salud, difícilmente crecerá en condiciones para ser un agente protagonista del mercado. Un joven, imposibilitado –por el apremio de la pobreza extrema– de capacitarse y privado de educación de calidad, estará condenado a ser un agente de baja productividad. Un emprendedor o productor agrícola, por más eficiente que sea, si no hay una elemental infraestructura vial, no podrá llevar sus productos hacia los mercados. De modo que la infraestructura y la productividad de los factores son fundamentales.
Esto hace urgentes dos cosas: primero, que convoquemos capital privado para desarrollar la infraestructura y fomentar el incremento total de los factores ahí donde el sector privado tenga motivación económica para hacerlo y, segundo, que el Estado asuma, sin demora y sin complejos, el rol subsidiario que nuestra Constitución le confiere y actúe contundentemente para cerrar las brechas de infraestructura, salud y educación que mantienen a millones de nuestros compatriotas excluidos del mercado.
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