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[OPINIÓN] Yesenia Álvarez: “¿Se puede disentir de forma constructiva?
“Un asunto es criticar, protestar, incluso reclamar con vehemencia y desesperación, (…) pero otra muy distinta es agredirse entre ciudadanos y entre políticos”.
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En septiembre se celebra el Día Internacional de la Democracia, específicamente el 15 de septiembre, y se vuelve una oportunidad para reflexionar sobre el estado y progreso de la democracia. Y no vamos bien. Varios índices vienen poniendo sobre la mesa lo mal que la está pasando el modelo democrático.
El Informe del Latinobarómetro 2023 se ha enfocado precisamente en la recesión democrática en la región y señala que esta se refleja en el bajo apoyo que tiene la democracia, el aumento de la indiferencia al tipo de régimen, la preferencia y actitudes a favor del autoritarismo, el desplome del desempeño de los gobiernos y de la imagen de los partidos políticos. Allí también se puede ver que hoy solo el 48% apoya la democracia en la región, lo que representa una pérdida de 15 puntos respecto de 2010 cuando era apoyada por un 63%. Además, el reporte da cuenta de que en los últimos veinte años, el indicador “no me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder si resuelve los problemas” aumentó del 44% al 54%, a un ritmo pausado pero consistente, volviéndose una opinión mayoritaria en varios países.
El 91% de peruanos está insatisfecho con la democracia lo que nos hace más vulnerables ante las amenazas autoritarias. Hay muchos problemas que atravesamos que nos debilitan cada vez más, desde la corrupción hasta el hecho de que le hayamos abierto la puerta a proyectos políticos autoritarios, y hay particularmente un problema que esta semana ha estado en boca de varios analistas en los medios de comunicación: la polarización política. Esa que impide hacer lo que la política exige: que diferentes posiciones puedan polemizar y dialogar por la vía pacífica. Cada vez más se van cerrando los espacios de diálogo entre quienes piensan distinto, y gana lugar la agresión, el insulto, la deshumanización y la burla. Como acabamos de ver hace poco en los insultos a los congresistas Alejandro Cavero y Patricia Chirinos. Incluso, muchos de doble moral que condenan algunos casos, aplauden la agresión cuando la víctima no es de su tribu o simpatía ideológica, pero en una sociedad que aspira a ser democrática debe primar el respeto mutuo entre todos. Parte de nuestro declive democrático está en renunciar a la cordialidad cívica y al diálogo en la sociedad y en la política.
No se puede tolerar que sigamos ese camino. Un asunto es criticar, protestar, incluso reclamar con vehemencia y desesperación, como lo hiciera hace un tiempo aquella ciudadana que en un acto desgarrador corrió tras la comitiva del expresidente Vizcarra para pedir ayuda para su esposo afectado por el COVID-19 durante el colapso de los hospitales y la indiferencia del gobierno, por ejemplo, pero otra muy distinta es agredirse entre ciudadanos y entre políticos. El insulto y la agresión que se pretenden instalar en el debate cívico y político son claramente distinguibles de las situaciones de reclamo.
El libro La mente de los justos del psicólogo Jonathan Haidt puede ser muy iluminador en este mes de la democracia y en estos tiempos convulsos de polarización y griterío político. El libro profundiza en lo difícil que es aceptar ideas ajenas a cada matriz de valores de las personas, lo que hace que se refuerce la polarización política a través de tribus ideológicas. Se da un tiempo para hablar de que es muy difícil lograr la empatía ante divisiones morales, pero la señala sin duda como un antídoto contra la superioridad moral. Advierto que la lectura tiene momentos de angustia en que parece no haber respuestas o salidas a la polarización, pero —como el mismo autor se pregunta en un capítulo—, nos queda reflexionar sobre si acaso ¿no podemos disentir de forma constructiva? O si ¿la política tiene que ser así de desagradable? Definitivamente, unas páginas para dar una oportunidad a que las personas reemplacen la diatriba y la agresión en la política por una conversación empática, respetuosa y civilizada. Tremendo desafío para la democracia peruana.
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