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Órdenes razonables
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La nueva cuarentena empezó por preocuparme en mi metro cuadrado, que mi familia no se enferme, no enfermarme, que mi hija adolescente no se rinda y siga sonriendo y viviendo con la alegría y dulzura que la caracterizan, que no falte nada en casa.
Llegaron las normas, centros de retención, multas, pases laborales, confusión, ansiedad e incertidumbre en las personas que están cerca y acompañan mi cotidianeidad, que venden dólares, que cuidan y limpian carros, que atienden en la bodega o que trabajan conmigo, la mayoría vive el día a día y queriendo cuidarse; no tienen cómo llegar a fin de mes y eso angustia más que el riesgo de la propia muerte.
Llegó también la incertidumbre de quienes tienen un negocio y no dan más. Se acaba el aire, no hay espalda que aguante. La mayoría de comerciantes y empresarios grandes y chicos quieren ayudar y no siempre hay caminos para eso. En mi opinión,, no se les debería exigir nada más que sean justos con sus trabajadores, paguen impuestos y respeten la ley; esa es la forma de contribuir a hacer girar la rueda, más inversión, más trabajo, más impuestos, más obras, más servicios.
Un tema son las normas que me parecen en el límite, en el mejor de los casos, recordando que los últimos años han estado caracterizados porque la ley se estira a la medida del que la escribe y según sus intereses, no importa si buenos o malos. La sola necesidad de estar en una interpretación constante sobre los alcances, la constitucionalidad o convencionalidad de una norma en el ejercicio de gobierno y del poder, dan cuenta de la precaria situación en la que estamos y de la consecuente inestabilidad que se genera.
Otro tema es la autoridad. Esta semana se termina la cuarentena y habrá que tomar una decisión sobre lo que continúa. Sé que no es fácil, así que les dejo un pedacito del principito y su magia. “Debe exigirse de cada uno lo que cada uno puede dar -prosiguió el rey. La autoridad se fundamenta en primer lugar en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, hará la revolución. Yo tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son razonables”.
Es difícil, aun con multas, retenciones y amenazas, que aguantemos más. Podríamos hacer un esfuerzo de ciudadanía y dar y respetar órdenes razonables, un esfuerzo de imaginación juntos, asumir que no fuimos capaces de disfrutar sin excesos la vida que recuperábamos poco a poco e identificar y corregir las causas, que no quiebren más empresas, que no tengamos a los ciudadanos pensando en la mentira del día para ir a un lugar u otro, la mayor de las veces para seguir comiendo en medio de la informalidad que lamentablemente es la regla.
El riesgo de no hacerlo es terminar de socavar a la autoridad, más allá de quien se trate.
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