Otro gesto más de Bergoglio para volverse protestante o ateo: ayer hizo cardenal al rojimio arzobispo limeño, Castillo, que además llegó a ese alto puesto eclesiástico en Lima por una decisión insólita de Bergoglio, pues era un curita de parroquia sin mayor trayectoria (me imagino que su eterna cercanía a la PUCP y su rojerío fueron determinantes).
Personalmente, me importa un rábano que este y el otro rojo mediocre de Barreto sean cardenales (este último también nombrado por Bergoglio) porque desde hace mucho tiempo que tengo una opinión bastante mala de la Iglesia, que ha sido una fuerza muy retardataria en la historia contra la ciencia, el pensamiento, la creación de riqueza (salvo la escuela de Salamanca), la mujer (hasta ahora no pueden oficiar misa) y la modernidad en las costumbres (¡aún se oponen al divorcio y los anticonceptivos!). Y peor aún de esta Iglesia peruana repleta de rojos mediocres (y con hasta pervertidos), donde solo se me salva Cipriani, porque es un señor brillante y valiente que casi le arranca la PUCP de las garras de la caviarada, lo que impidió precisamente Bergoglio. Su antecesor Landázuri, en cambio, fue muy cobarde bajo las dictaduras de Velasco y Morales Bermúdez: nunca levantó firmemente la voz ante la multitud de abusos. Encima, fue quien abandonó la PUCP a los caviares (a los que apoyaba el rector MacGregor, cura jesuita que fue el gran promotor de la caviarada), lo que su sucesor inmediato, Vargas Alzamora, pretendió irresponsablemente confirmar con un ilegal acuerdo firmado con el caviarazo Lerner Febres en 1994.
El problema es que, como somos un país muy atrasado mentalmente (y no lo digo en el sentido ‘woke’), la Iglesia aún mantiene demasiada influencia (según las encuestas, es la institución en que el ‘electarado’ confía más: 39%) y es común que el Gobierno y los políticos acudan a ella cuando quieren solucionar un problema, mismo curita de pueblo de las películas de Cantinflas al que llamaban para que arregle de todo.