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Asteroides
Cuatro historias que encontré en el block de notas de mi celular.
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1.Un hombre cenando a solas es blanco automático de indiscretas miradas de piedad. Pobrecito. Lo han dejado plantado, está esperando a alguien que no llegará. Siempre es lo mismo. Buscas a la gente para no aburrirte demasiado, pero en el intento de dejar de aburrirte un rato, la gente se aburre horriblemente contigo y hace que te sientas el responsable directo de su aburrimiento. Un hombre cenando solo en Lima es extravagante, surreal, insólito, sospechoso. Partiendo el pan con su sombra, brindando consigo mismo, mirándose reflejado en el espejo de su caldo cristalino, mirándose reverberar en el fondo de su plato de porcelana con rosas rojas. Pobrecito.
Sentado a solas en un restaurante ruidoso y lleno de gente. Esa sensación fabulosa de estar y no estar. O de estar siempre sobrando. Sonríes imaginando cuántos de todos esos alegres comensales se conduelen en silencio de tu condición impar. Les traigo noticias, parroquianos. La persona que realmente estaban esperando, tampoco llegará.
2. He encendido la radio del auto, pero no quiero escuchar música. Lo que quiero es dejar de escuchar la música que sale de los enormes audífonos de Chris que está sentado justo detrás de mí. Es inútil. Sigo escuchándola. El volumen está tan alto que hasta puedo identificar qué canción es la que suena en segundo plano por debajo de “I’m going home” de Leonard Cohen, que es lo que yo estoy oyendo o tratando de oír. La canción que él está oyendo y obligándome a oír es “Sweet dreams (are made of this)” de Eurythmics, una canción perteneciente a mi planeta, pero que él disfruta en una extraña versión electrónica correspondiente a su universo, es decir, a un futuro lejano. Yo vengo de un tiempo en que en la radio del carro sonaba la misma canción para todos, él va hacia uno, quizá más silencioso, en el que cada quien trae su propia música incorporada.
3. El sueño de Virginia es poder bautizar algún día a una pareja de asteroides. Cuando viajan de a dos, se les llama asteroides binarios. Y ella viene a ser algo así como su vigilante, su cuidadora, su nana. El día que descubra en el cielo unos nuevos gemelos, podrá considerarse, con todo derecho, la gran mamá y los nombrará a su antojo. El trabajo consiste en pasarse las horas sentada en su observatorio de Francia mirando los astros, atenta a que vayan a producirse ocultaciones. Una ocultación ocurre cuando una estrella deja de verse porque un asteroide la cubre por completo. Los asteroides no tienen luz propia de modo que –como mucha gente– tienen que consolarse reflejando, con humildad, la luz ajena. Sentarse por noches enteras a contemplar la Vía Láctea con un potente telescopio, un cuaderno y un lapicero debe ser una manera fantástica de evitar la vida. En eso pienso mientras envidio la levedad con que parece discurrir la existencia para ella. Atención. Puede parecer que un asteroide es muy pequeñito, pero tampoco hay que confiarse, sucede simplemente que tú lo ves así porque está demasiado lejos de la Tierra. De modo que ya lo sabes, gracioso terrícola que me lees: mientras no te me hayas acercado suficiente, seguiré pareciéndote poquita cosa.
4. La luz roja del teléfono de mi cuarto de hotel está titilando. Significa que tengo un mensaje de voz. Presiono el botón y lo escucho. Es una mujer joven o, por lo menos, más joven que yo, con la voz algo ronquita, quizá porque bebe o fuma mucho o quizá porque ha estado llorando. Se refiere a mí como Antonio, me dice que recibió mi recado y que me esperará esta noche a las ocho en el restaurante Maialino, que significa “cerdito” en italiano. Dice que es morena y delgada, que tiene el pelo negro muy cortito y que, para que la reconozca, llevará puesto un little black dress. Se trata, por supuesto, de un error. No soy yo el que ha pactado tan romántica cita a ciegas pues acabo de registrarme y lo más probable es que el tipo al que ella esté devolviendo la llamada ganadora sea el pasajero anterior. Pero siento que es alguien cálido y amable y con ganas de hablar así que creo descortés decirle que no soy la persona a la que está buscando. No tengo corazón para decirle “número equivocado”, así que prefiero seguirle la cuerda. ¿Total? Aquí nadie tiene nada mejor que hacer esta noche, tampoco nada que perder. ¿Total? Ella no tiene modo de saber que no soy ese, ni de saber quién soy en realidad. ¿Cómo sabré que eres tú? –me pregunta–. Le digo que llevaré unos anteojos muy gruesos de marco azul, que tengo la barba cana y soy calvo.
¿Completamente? Completamente. Se ríe y me dice –sin demasiada convicción– que los hombres calvos le parecen sexy. Nos reconocemos de inmediato cuando llega, nos saludamos estrechándonos las manos y después de un silencio dramático me pregunta qué estoy bebiendo. Un vodka tonic. Que sean dos. Siento que me observa las manos, que se fija en las cosas que he dejado sobre una silla vacía. ¿Por qué tienes dos llaves? –me pregunta, suspicaz–. Le explico que, aparte de la llave de la habitación, a los huéspedes del Hotel Gramercy Park nos entregan también la llave del parque. Se trata de un gesto de cortesía pues solo los residentes del área tienen acceso exclusivo al famoso jardín enrejado. Yo no lo conozco. Yo tampoco, pero parece lindo. ¿Quieres otro vodka? Mejor una copa de vino.
Está bien. ¿De dónde eres? ¿A qué te dedicas? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿No te parece que es imposible no enamorarse perdidamente de esta ciudad? ¿Cuál es tu lugar favorito del mundo? Todos dicen que es la mejor del mundo, pero a mí me gusta más Berlín. ¿Alguna vez has estado en Berlín? ¿Vas a pedir algo de cenar? No tengo mucha hambre, tal vez más tarde, dicen que la comida es riquísima aquí. ¿Quieres que subamos a tu habitación? La verdad, la verdad preferiría pedirme esos tagliolini en tinta de calamar y una buena botella de vino para seguir conversando contigo todo el resto de la noche. Pero eso, claro, no se lo digo, solamente lo pienso. Puesto a escoger entre el sexo convencional y la pasta, escojo la pasta fatta in casa, sin titubear. Ella me queda mirando fijamente, chequea la hora en su smartphone, le da un sorbo a su copa y me dice: You’re not Antonio, are you? Le digo que of course not –sintiéndome un poquitín hijueputa– sorry, honey, no soy aquel. Sonríe. Estás en cámara escondida. Oh, my God –exclama y se ríe, azorada–. It’s okey, baby, it’s okey. Y se sigue riendo sin disimular del todo una vaga tristeza.
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