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De dudosa procedencia
Tres sustanciosas anécdotas que no tienen nada que ver con mi nuevo libro que se presenta hoy a las 6 p.m. en la FIL.
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Mi novio, el charapa
El primer, tendencioso titular de la sección Tendencias rezaba: Beto Ortiz se toma fotografía con misterioso amigo en Iquitos generando sospechosas preguntas. (¿Qué cosa es una sospechosa pregunta?). La foto existía, en efecto, la había colgado yo mismo en el Instagram sin sospechar la hilarante comedia de equivocaciones que desencadenaría. Otro diario, a su vez, escribió: En la foto se aprecia a Jhon Gani, un fotógrafo natural de Loreto y encantador de pájaros salvajes. El amigo, claro, también existía pero se llamaba Inon Sani, que ha de ser su nombre chamánico porque en la vida real nadie se puede llamar así. Y lo de encantador de pájaros, bueno, era una jodita mía, pero que lo fueran a bautizar así en el periódico es algo que no estaba en mis planes. La súbita exposición mediática descolocó un poquito al divertido Inon que, mujereándome como es su costumbre, me llamó a darme las quejas:
El primer, tendencioso titular de la sección Tendencias rezaba: Beto Ortiz se toma fotografía con misterioso amigo en Iquitos generando sospechosas preguntas. (¿Qué cosa es una sospechosa pregunta?). La foto existía, en efecto, la había colgado yo mismo en el Instagram sin sospechar la hilarante comedia de equivocaciones que desencadenaría. Otro diario, a su vez, escribió: En la foto se aprecia a Jhon Gani, un fotógrafo natural de Loreto y encantador de pájaros salvajes. El amigo, claro, también existía pero se llamaba Inon Sani, que ha de ser su nombre chamánico porque en la vida real nadie se puede llamar así. Y lo de encantador de pájaros, bueno, era una jodita mía, pero que lo fueran a bautizar así en el periódico es algo que no estaba en mis planes. La súbita exposición mediática descolocó un poquito al divertido Inon que, mujereándome como es su costumbre, me llamó a darme las quejas:
-Me han dicho aguaruna, ñaña, no me parece, esa no es mi etnia. Yo soy Bora.
-Y yo soy Cora. No te hagas la vístima, Inon, diviértete y no jodas.
-Y yo soy Cora. No te hagas la vístima, Inon, diviértete y no jodas.
Pero el enredo apenas estaba comenzando. Otro tabloide escribió: El joven amazónico es la persona que conquistó el corazón de Ortiz, quien jamás ha presentado ante cámaras a una pareja oficial. Y líneas más abajo: Inon Sani no solo trabajaría como fotógrafo sino que aparece en la portada de uno de los libros del periodista que lleva el sugerente título de “Por favor, no me beses”. Esto último completó del todo el embrollo porque, si bien, Inon es, en efecto, un fotógrafo iconoclasta, autor de tres de las últimas portadas de mis libros, no funge en ellas de modelo. Eran los jóvenes modelos que, con tanta gracia, habían posado para su lente los que ahora estaban llamando furiosos por el bullying que les hacían en sus barrios, acusándolos injustamente de ser, toditos, mis mariachis. Por si todo eso fuera poco, mientras nos reíamos muchísimo leyendo tamaños titulares en el Sofá Café, a Carla García se le ocurrió tuitear una felicitación:
Estoy tan feliz por ustedes, chicos. Ver a Beto contento es también mi felicidad. Salud por muchos años más. #LoveIsLove #CharapaLove
El romance lucía tan chisporroteante que no hubo diario que resistiera la tentación de publicarlo y varios programas le dedicaron sendas notas y sesudos comentarios en plató. Me hubiera encantado tener la oportunidad de desentrañar el enigma, pero nadie se tomó la molestia de preguntarme nada. En fin. Nunca dejes que la verdad eche a perder una gran historia.
Guapa que guapea
Después de haberme dicho la vela verde en su programa durante toda la primera mitad de este año –que le pagué 100 mil soles a Nicola Porcella, que me creo psicoanalista y también fiscal de la Nación–, mi buena amiga Magaly Medina me envió un whatsapp el 5 de julio para preguntarme si me podía llamar. (Antes uno llamaba de frente nomás, pero la etiqueta de hoy aconseja escribir primero para preguntar). Le dije, por supuesto, que llamara nomás. No me tomo a pecho ninguna de las críticas que le hacen a mis programas y, a estas alturas, no me voy a arañar con Magaly porque ese es su business y es lo que mejor le sale. Lo que sí me sorprendió fue que me escribiera porque no hablábamos desde diciembre del año pasado cuando, luego de que yo dediqué un programa entero a darle una entusiasta bienvenida, me bajaron súbitamente el dedo en ATV, cosa que –estoy seguro– ella, en aquel momento, no sabía. El asunto es que ese día me llamó y me propuso que estuviera en la presentación de su libro que, además, sería publicado por Planeta que es también mi casa editorial. Me pareció buena idea. Acepté sin chistar. Una semana después, me pidió mi correo electrónico para mandarme el material que debía leer, se lo di y, a los tres días, me llegó “Hola, guapa”, su segundo libro. Confieso que tardé unos días para abrirlo porque yo también estaba revisando originales, afinando detalles y corrigiendo pruebas de los míos, pero cuando –una semana después– finalmente me detuve a leer, me di cuenta rápidamente de que había elegido al presentador equivocado y se lo dije en un extenso e-mail en que, entre otras cosas, le escribí: es un libro sobre el que yo, realmente, no sabría qué decir. Porque no soy mujer, porque sus temas me son ajenos, porque estoy, completamente, en otro rollo. ¿Qué hago yo en una mesa frente al público hablando de tips de belleza exterior o interior? Pero Magaly es Magaly y no se le puede decir que no y salir ileso, de modo que volvió a escribirme, instándome seriamente a reconsiderar mi equivocada decisión, pero para entonces yo ya estaba chapoteando con mis amigotes en el río Nanay de la misma jubilosa manera en que ella hoy chapotea en Positano y demás playas de ensueño de la costa amalfitana. Plantar significa dejar a la gente esperando sin avisar y yo te avisé, Maga. Te avisé con apenas tres días de anticipación, es cierto, pero te avisé.
Después de haberme dicho la vela verde en su programa durante toda la primera mitad de este año –que le pagué 100 mil soles a Nicola Porcella, que me creo psicoanalista y también fiscal de la Nación–, mi buena amiga Magaly Medina me envió un whatsapp el 5 de julio para preguntarme si me podía llamar. (Antes uno llamaba de frente nomás, pero la etiqueta de hoy aconseja escribir primero para preguntar). Le dije, por supuesto, que llamara nomás. No me tomo a pecho ninguna de las críticas que le hacen a mis programas y, a estas alturas, no me voy a arañar con Magaly porque ese es su business y es lo que mejor le sale. Lo que sí me sorprendió fue que me escribiera porque no hablábamos desde diciembre del año pasado cuando, luego de que yo dediqué un programa entero a darle una entusiasta bienvenida, me bajaron súbitamente el dedo en ATV, cosa que –estoy seguro– ella, en aquel momento, no sabía. El asunto es que ese día me llamó y me propuso que estuviera en la presentación de su libro que, además, sería publicado por Planeta que es también mi casa editorial. Me pareció buena idea. Acepté sin chistar. Una semana después, me pidió mi correo electrónico para mandarme el material que debía leer, se lo di y, a los tres días, me llegó “Hola, guapa”, su segundo libro. Confieso que tardé unos días para abrirlo porque yo también estaba revisando originales, afinando detalles y corrigiendo pruebas de los míos, pero cuando –una semana después– finalmente me detuve a leer, me di cuenta rápidamente de que había elegido al presentador equivocado y se lo dije en un extenso e-mail en que, entre otras cosas, le escribí: es un libro sobre el que yo, realmente, no sabría qué decir. Porque no soy mujer, porque sus temas me son ajenos, porque estoy, completamente, en otro rollo. ¿Qué hago yo en una mesa frente al público hablando de tips de belleza exterior o interior? Pero Magaly es Magaly y no se le puede decir que no y salir ileso, de modo que volvió a escribirme, instándome seriamente a reconsiderar mi equivocada decisión, pero para entonces yo ya estaba chapoteando con mis amigotes en el río Nanay de la misma jubilosa manera en que ella hoy chapotea en Positano y demás playas de ensueño de la costa amalfitana. Plantar significa dejar a la gente esperando sin avisar y yo te avisé, Maga. Te avisé con apenas tres días de anticipación, es cierto, pero te avisé.
El guachimán influencer
Aquella aciaga tarde del 17 de julio, a Luis Alberto Carrasco Chinchay –chiclayano, 31 años, aspirante a security en Irak– le había tocado el odioso encargo de hacer de “descansero”, es decir, de ser el suplente del clásico vigilante de la agencia del BCP a la que voy todos los días y, a veces, hasta varias veces al día, razón por la cual conozco a toditos los que allí laboran, con excepción del gallardo y marcial custodio de la Empresa Hermes arriba citado. Como todos los días, fui al cajero electrónico –mi segundo lugar favorito sobre la tierra después de mi cama, si algún día me pierdo, búsquenme allí– y me dispuse a hacer lo que siempre hago: transferencias, pagos, aportaciones, préstamos, empréstitos y donaciones a las más diversas empresas, instituciones, causas y personas de bien. Así soy yo, de billetera alegre, qué quieren que les diga. Obviamente, como no sé los números de cuenta de memoria, los guardo en mi iPhone y como está permitido usar el teléfono en los cajeros automáticos, lo saqué y me dispuse a repartir dinero que, como ya dije, es solo uno de mis extravagantes hobbies. Fue entonces que Carrasco Chinchay tuvo una epifanía. Se le ocurrió una brillante idea que lo convertiría –en tiempo récord– en una celebridad automática: venir a pecharme y a hacerme la bronca por las puras y santas huevas. P’al Face, por supuesto. Y no va a ser. Y de pronto llego el señor Beto Ortiz y me percate que estaba manipulando su celular dentro de la agencia y de pronto me acerque y le pedi educadamente que estaba prohibido la manipulacion de celulares y cuando este señor me agredio vervalmente y psicologicamente insultandome con palabras muy oeses. (sic). Y todo lo que le dije fue:
Aquella aciaga tarde del 17 de julio, a Luis Alberto Carrasco Chinchay –chiclayano, 31 años, aspirante a security en Irak– le había tocado el odioso encargo de hacer de “descansero”, es decir, de ser el suplente del clásico vigilante de la agencia del BCP a la que voy todos los días y, a veces, hasta varias veces al día, razón por la cual conozco a toditos los que allí laboran, con excepción del gallardo y marcial custodio de la Empresa Hermes arriba citado. Como todos los días, fui al cajero electrónico –mi segundo lugar favorito sobre la tierra después de mi cama, si algún día me pierdo, búsquenme allí– y me dispuse a hacer lo que siempre hago: transferencias, pagos, aportaciones, préstamos, empréstitos y donaciones a las más diversas empresas, instituciones, causas y personas de bien. Así soy yo, de billetera alegre, qué quieren que les diga. Obviamente, como no sé los números de cuenta de memoria, los guardo en mi iPhone y como está permitido usar el teléfono en los cajeros automáticos, lo saqué y me dispuse a repartir dinero que, como ya dije, es solo uno de mis extravagantes hobbies. Fue entonces que Carrasco Chinchay tuvo una epifanía. Se le ocurrió una brillante idea que lo convertiría –en tiempo récord– en una celebridad automática: venir a pecharme y a hacerme la bronca por las puras y santas huevas. P’al Face, por supuesto. Y no va a ser. Y de pronto llego el señor Beto Ortiz y me percate que estaba manipulando su celular dentro de la agencia y de pronto me acerque y le pedi educadamente que estaba prohibido la manipulacion de celulares y cuando este señor me agredio vervalmente y psicologicamente insultandome con palabras muy oeses. (sic). Y todo lo que le dije fue:
-No estoy dentro del banco, idiota.
¿Quéééé? Estado: ¡me siento decepcionado! ¡Clasismo, prepotencia, racismo, discriminación! 18 mil comentarios, 20 mil likes, 41 mil veces compartido. Indignación ciudadana, pronunciamientos, manifiestos, cargamontón. Haters solidarios. Odiadores en loco frenesí. Fuira.
Toma tu like, llorón.
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