Los paros del 8 y 10 de octubre tuvieron agendas relativamente distintas: el primero se centró en demandas relacionadas con la seguridad, especialmente de los transportistas. El segundo incorporó una agenda más compleja que incluía leyes de criminalidad y temas más políticos. Existe el riesgo de que, si se siguen convocando nuevos paros, a los legítimos pedidos originales se sumen demandas cada vez más alejadas de los justificados propósitos originales, e incluso haya infiltrados que se aprovechen para el ingreso de su propia y muy distinta agenda.
Respecto al paro del martes 8, debería ser una vergüenza para cualquier Gobierno el hecho de que parte de la población (en este caso en particular, los transportistas) tuviese que salir a las calles para pedir al Gobierno que cumpla con una de las tareas fundamentales del Estado: brindar seguridad. La forma en que esta obligación se le ha escapado de las manos es patética y las consecuencias derivadas de esta situación son inaceptables. Los conductores de transporte público no pueden circular sin haber pagado la “cuota” que demandan los extorsionadores. Las consecuencias del incumplimiento son clarísimas y llegan a la pérdida de la vida sin que hayan podido realizarse intervenciones eficaces para restablecer el orden y el principio de autoridad. Lamentablemente, este problema no es exclusivo de esta actividad; por ello, vimos cómo se sumó también al paro de transportistas la suspensión de actividades en bodegas y mercados.
Y estamos hablando de determinadas actividades solo como ejemplo, y no estamos mencionando el hecho de que para gran parte de la comunidad trasladarse, hacer una compra, recoger a los hijos del colegio, asistir a una actividad deportiva o recreativa, ir o asistir al centro de labores, es decir, hacer vida cotidiana “conlleva un riesgo” y, como suele suceder, los más pobres son los más expuestos, pues viven en zonas menos organizadas y con menores recursos para dedicarlos a seguridad.
Recientemente, la televisión nos ha “entretenido” todos los días con imágenes de policías atacados, un maestro muerto en una escuela, delincuentes armados que atacan a transeúntes y conductores… Hechos que lamentar, hechos que ponen en evidencia lo vulnerables que somos. Y, mientras esto “ocurre en un canal”, en los otros vemos a la presidenta o a uno de sus ministros con un discurso triunfalista, como si estuvieran viviendo o refiriéndose a otro país.
¿Cómo llegamos adonde estamos? En el Gobierno se sigue pensando que el problema de la delincuencia se resuelve con leyes y con sanciones teóricas más duras, como si bastara con un papel amenazante para poner orden. Hasta ahora eso no ha funcionado y es poco probable que las cosas cambien. El caos es el mejor caldo de cultivo para más caos y eso es lo que estamos proporcionando.