Quedan pocos lugares que promueven el juego no supervisado en la niñez. La explicación es que los espacios públicos, externos al hogar, son inseguros, peligrosos, objeto de acecho por parte de adultos perversos o delincuentes avezados. Claro, hay alternativas comerciales, hechas a medida de las habilidades que los chicos deben adquirir para tener éxito en la vida. Desde safaris científicos hasta guerras simuladas, pasando por talleres de improvisación, lo lúdico y divertido se rige por protocolos estrictos franquiciados.
Si uno se da una vuelta por parques y clubes, o fisgonea en tardes cumpleañeras, se encuentra con espectáculos para los pequeños, pero extraña interacciones con ellos y entre ellos. Los adultos son contratados para animar o se trata de acompañantes consanguíneos. Sobre todo, se añora el entrelazamiento de miradas: todas se dirigen a un mismo punto, que no está en otro rostro, sino en algún escenario, cuando no en la pantalla propia.
Pantalla personal que se ha convertido en un derecho humano otorgable poco tiempo después de la cuna y exigible desde la edad de la razón, pero cada vez más señalada como un factor importante en fenómenos preocupantes tanto en el nivel colectivo —polarización, intolerancia, cancelación— como en el nivel individual: sentimientos de soledad, cuadros ansiosos y depresivos, entre otros.
¿Una histeria más alrededor de tecnologías satanizadas, especialmente por viejos nostálgicos? Probablemente, algo de eso hay. Sin embargo, cada vez más autoridades en diversos ámbitos están promoviendo y llevando a cabo programas que buscan limitar el tiempo de pantalla en niños y adolescentes con el objetivo, en primer lugar, de alentar la interacción presencial y hacerlos salir de las redes sociales.
Por ejemplo, Francia acaba de iniciar un piloto en 200 escuelas que podría, de tener éxito, convertirse en la regla en ese país: hasta los 15 años, los alumnos no pueden tener consigo sus celulares. Un informe comisionado por el presidente Macron, fuera de concluir que el abuso de los celulares tiene un claro impacto negativo en la salud y desarrollo de los niños, plantea controlar las cosas según etapas.
La secuencia sería la siguiente: nada de pantallas antes de los 3, mejor antes de los 6; celulares solo a partir de los 11, pero sin acceso a Internet hasta los 13; y con Internet, pero sin redes sociales, hasta los 16. Aunque, personalmente, soy escéptico frente a los prohibicionismos —muchas veces tienen consecuencias imprevistas en otros niveles, aunque su impacto en la salud sea positivo—, creo que vale la pena considerar lo anterior.
Pero, claro, los adultos también debemos cambiar hábitos en relación con nuestros dispositivos electrónicos, sobre todo cuando estamos con los chicos. Como dijo uno de los integrantes de la comisión que redactó el informe: tenemos que enseñar a los padres a jugar con sus niños nuevamente. Pausa digital, sin que cambie lo que describí en los dos primeros párrafos, no servirá para nada.