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Pena de muerte: Demagogia repetida
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La política local se mueve en ciclos repetitivos, donde ciertos temas se olvidan y recuerdan al ritmo de lo que dicte la coyuntura. El mejor ejemplo de ese vaivén es la pena de muerte que un par de veces al año aparece como la solución mágica a nuestros problemas de inseguridad y violencia. Si no es levantada por los “pro muerte” que aprovechan tragedias como el caso de la niña de 4 violada y asesinada en Independencia, será por un político que usa la indignación para buscar el aplauso rápido de la tribuna. Vizcarra cayó hace unos días en ese juego, lo que obligó al ministro de Justicia a desdecirlo.
Cada vez que surge el debate sobre la pena de muerte, la única aproximación sensata es que no hay nada nuevo que hablar sobre el tema. No es posible aplicarla porque el Perú la abolió, salvo para traición en situación de guerra, y para eso suscribió el Pacto de San José, que la prohíbe y nos obliga. Salirnos del pacto requiere denunciarlo previa aprobación del Congreso, lo que toma más de un año. Luego de eso, se tendría que activar el proceso de modificación constitucional, lo que requiere dos legislaturas, sin posibilidad de un referéndum porque ese mecanismo no es aplicable para limitar derechos fundamentales. Finalmente, se necesitaría cambiar la ley penal. Todo ese proceso tomaría como mínimo tres años si existe consenso absoluto.
Igual, mucho más importante que el aspecto legalista es que salirse del Pacto de San José sería un harakiri. Además, no existe ninguna evidencia de que la pena de muerte reduzca el crimen y, por si alguien lo duda, fiscales y jueces pueden equivocarse y terminar sentenciando a inocentes, ¿o acaso confiamos plenamente en el sistema de justicia?
Hablar de la pena de muerte distrae. Es una demagogia que trae muchos más problemas que soluciones.
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