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Pequeñas f(r)icciones: Dime a quién defiendes y te diré quién eres

Baja del auto con lentitud, como a quien no le importa el tiempo; primero una pierna, luego la otra, casi en cámara lenta. Apenas desciende, barre con la mirada, de arriba abajo, la enorme mole de cemento que es el edificio de su sector. Escoltado por su seguridad, el ministro de Cultura, Alejandro Salas, camina, recto, seguro, hacia el ascensor. Los funcionarios de todo rango que lo ven pasar mueven la cabeza, saludándolo, pero él tiene la mirada fija hacia adelante, siempre adelante. Hace casi un año era uno de tantos candidatos que querían llegar al Congreso, ahora, por donde va, lo llaman: “Señor ministro”. “Aunque valgan verdades”, piensa, “señor premier, sonaría mucho mejor”.

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Baja del auto con lentitud, como a quien no le importa el tiempo; primero una pierna, luego la otra, casi en cámara lenta. Apenas desciende, barre con la mirada, de arriba abajo, la enorme mole de cemento que es el edificio de su sector. Escoltado por su seguridad, el ministro de Cultura, Alejandro Salas, camina, recto, seguro, hacia el ascensor. Los funcionarios de todo rango que lo ven pasar mueven la cabeza, saludándolo, pero él tiene la mirada fija hacia adelante, siempre adelante. Hace casi un año era uno de tantos candidatos que querían llegar al Congreso, ahora, por donde va, lo llaman: “Señor ministro”. “Aunque valgan verdades”, piensa, “señor premier, sonaría mucho mejor”.

Desde su silla ministerial, mira la ciudad a través de la amplia ventana. Se pasa la mano por la cabeza, peinando el cabello inexistente, cuando el anexo de su escritorio empieza a sonar. Era la secretaria. “Que pase”, le dice.

El jefe del gabinete de asesores ingresa al despacho.

–Buenos días, señor ministro.
–Buenos días. A ver, cuéntame qué tenemos para esta semana.

El asesor abre en dos un folder de manila y un puñado de hojas y recortes parecen rebalsarse.

–¿Qué es todo eso?
–Un momento –dice y hace un puchero–. Perdón, parece que me equivoqué de archivo. Ahora vuelvo.

Apenas empieza a levantarse, Salas le pide que se detenga, que se quede sentado nomás.

–Tú has preparado el informe, ¿no?
–Sí.
–Ya pues, primero cuéntame en forma general. Ya los detalles los vemos después.

El asesor asiente con la cabeza. Deja el folder a un lado del escritorio y da un suspiro.

–Bueno, déjeme recordar. Ya. Un tema es sobre Machu Picchu. Quieren que haya más aforo, más gente.
–Está bien. Que haya más gente entonces. ¿Qué otra cosa?
–No, señor ministro. Para eso se necesitan más estudios.
–¿La gente que va a Machu Picchu va a necesitar más estudios?
–No, señor ministro. Le explico…
–No me expliques nada. No tengo mucho tiempo.

El asesor carraspea.

–Otro tema es la fortaleza de Kuélap. Me dicen que su refacción va muy bien.
–¿Tú crees? Tengo mis dudas.
–¿Por qué?
–Ayer vi una foto del avance. No soy un experto, pero falta mucho para que quede como nuevo.
–Es que como nuevo, nuevo… mejor sigamos con otro tema.
–Dime.
–Está también el tema del grupo de arqueólogos que se han reunido para tratar de entender el discurso…
–¿Cuál discurso? ¿El de Castillo? Es absurdo reunir a un grupo de estudios para entender lo que dice Castillo.
–¿Por qué?
–Porque igual no lo van a entender.
–No, señor ministro. Este grupo de arqueólogos va a tratar de descifrar el discurso iconográfico de Takaynamo, un hallazgo en La Libertad.

Salas se pasa las manos por el rostro y luego mueve el cuello por los lados, como si hubiera terminado con una tarea pendiente.

–Supongo que eso es todo sobre el sector.
–Sí, más o menos.
–Listo. Ahora sí, vayamos a lo que nos interesa. ¿Qué novedades hay respecto a Castillo? ¿Qué acusaciones nuevas tiene? Dicho de otro modo, ¿de qué nuevos asuntos tengo que defenderlo?

El asesor se inclina hacia adelante.

–Señor ministro, ¿puedo hablarle en confianza?
–Claro.
–¿No le molesta que la gente ande diciendo que usted es…?
–¿Que soy qué?
–Usted sabe…
–¿Un sobón? ¿Una franela?
–Algo así.

Salas sonríe ampliamente. Incluso parece sentirse satisfecho.

–Vamos a ver qué me dice esa gente cuando llegue a ser premier.
–¿Usted cree?
–Por supuesto.
–Bueno, si es así, en buena hora. Usted se lo merece. Se lo digo de verdad.
–Gracias.
–Dígame, si lo nombran premier, ¿me llevaría a la PCM?
–No sé, no me gustan los sobones.

El ministro vuelve a sonreír.

–Te estoy bromeando, claro que te voy a llevar. Ahora cuéntame sobre las novedades de Castillo.

El asesor dibuja una sonrisa de alivio en su rostro. Luego se reacomoda en el asiento y, mientras trata de recordar, mueves los ojos por todos lados.

–Bueno, creo que el caso principal es el de la cuñada de Castillo.
–¡Ella es inocente!
–Pero si todavía no le he contado lo que ha hecho.
–Perdona, tienes razón. Es la costumbre.
–Bueno, en resumen, la hija de Castillo fue a un pueblo a ofrecer obras, pero en representación de la empresa de su amigo. Y esta empresa ha ganado más de 3 millones de soles.
–Asu, qué tal familia. Primero los sobrinos, ahora la cuñada.
–La Fiscalía ya empezó a investigar y el Congreso quiere citarla.
–Pero claro, lo que ha estado haciendo es tráfico de influencias.

El ministro se pone de pie. Camina hacia la ventana.

–Tenga cuidado, señor ministro –dice el asesor–. De tanto defender a Castillo, los periodistas le van a tener cólera.
–No te preocupes. No es para tanto –dice Salas, desde la ventana–. Además, yo soy el sueño de los periodistas.

El asesor entrecierra los ojos.

–No entiendo, ¿cómo es eso?
–Te explico. Todos los ministros hacen actividades y convocan a la prensa para que las publicite. Pero a la prensa solo le interesa que el ministro declare sobre temas políticos y ni les interesa las actividades. ¿No es así?
–Sí, me parece que sí.
–Por eso, yo soy todo lo contrario. A mí no me importa mi sector, lo que quiero es que la prensa me pregunte cosas políticas.

Horas más tarde, en un evento organizado por el sector, el ministro hace su aparición, rodeado de su seguridad. Da uno pasos hasta detenerse a un metro exacto de la nube de periodistas que lo espera.

–Señor ministro, ¿qué opina del caso de la cuñada del presidente Castillo?
–Bueno, creo que es evidente que Yenifercita, la humilde y hacendosa cuñada del presidente, no ha cometido ningún delito.
–Pero los expertos dicen que hay tráfico de influencias.
–No, para nada. Yo lo que veo es a una persona buena, noble, preocupada por las necesidades de su pueblo.
–Pero qué tiene que decir del chaleco.
–He visto mejores, pero cada quien con su gusto.
–El chaleco tenía el logo de la empresa de su amigo y este ha ganado una fuerte licitación. ¿En verdad no ve nada irregular, señor ministro?

Salas frunce el ceño y adquiere una posición casi marcial.

–Se los digo en serio, de todo corazón y sin ningún interés de por medio: no veo nada irregular aquí. No puedo ver nada.
Échale un vistazo a Yuri Rodríguez Vásquez (@Yuri_RV): https://bit.ly/3uBAaY6