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Pequeñas f(r)icciones: Fray, Lay… ¡Ayayay!
Era la mañana del 23 de junio de 2022. Con el rostro adusto, el presidente Pedro Castillo revisaba las noticias del día. Sin embargo, no conseguía concentrarse. Desde hacía días, el rumor de una posible captura de Juan Silva, exministro de Transportes e integrante de la organización criminal que se habría enquistado en el Ejecutivo, lo tenía alterado. Un par de golpes a la puerta lo arrancó de sus cavilaciones.
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Era la mañana del 23 de junio de 2022. Con el rostro adusto, el presidente Pedro Castillo revisaba las noticias del día. Sin embargo, no conseguía concentrarse. Desde hacía días, el rumor de una posible captura de Juan Silva, exministro de Transportes e integrante de la organización criminal que se habría enquistado en el Ejecutivo, lo tenía alterado. Un par de golpes a la puerta lo arrancó de sus cavilaciones.
-Señor presidente -dijo el asistente, ingresando-, tiene una visita.
-Antes que nada. Dime, ¿me trajiste eso que te pedí? ¿Lo encontraste?
El asistente sonrió, cómplice.
-Aquí está -dijo sacando una pequeña botella sin etiqueta ni marca-. Su valeriana.
-Eso es lo que necesitaba para empezar otro día -el presidente cogió el vaso y le dedicó una mirada curiosa.
El asistente dio un paso adelante y, antes de entregarle la botella de plástico, la inclinó y se la mostró, como si fuera un mozo enseñando el vino para la aprobación del cliente. El presidente giró la tapa y bebió un trago largo. Una sonrisa irrumpió su rostro.
-Está bueno -dijo Castillo.
-Se lo he traído de su casero. Tal como me indicó.
-¿Me dijiste que me buscaban?
-Ah, sí.
-¿Quién? -preguntó y empezó a beber otra vez.
-Su sobrino Fray.
El presidente se atoró de golpe, retiró el vaso de sus labios y unas pequeñas gotas saltaron inevitablemente al escritorio.
-¿Cómo dice? ¿Mi sobrino Fray? ¿El prófugo?
-Sí, él mismo.
Castillo quedó en silencio, paralizado, sin poder dar crédito a lo que acababa de escuchar. El hijo de su hermana mayor, Fray Vásquez Castillo, otro integrante de la organización criminal, había ido a buscarlo a Palacio de Gobierno, como si fuera lo más natural del mundo. De súbito, reaccionó. Entonces, volvió a beber y quedó prendido de la pequeña botella hasta dejarla vacía.
-Señor presidente, ¿entonces? ¿Qué quiere que le diga a Fray?
Castillo suspiró.
-Mejor no te digo lo que quiero decirle.
-¿Pero le digo que pase?
-Sí, que pase mejor. Mejor que esté aquí que exhibiéndose en Palacio.
-¿Y Fray? ¿Qué pasó contigo? -preguntó Castillo cuando lo tuvo frente a frente-¿No habíamos quedado en que te ibas a esconder hasta que te dé nuevas indicaciones?
-Sí, tío, pero no es fácil andar así. Llevo ya casi tres meses ocultándome.
-Lo sé, sobrino y me duele mucho. Te aseguro que no hay día en que no piense en ti.
-¿En serio, tío?
-Claro, no ves que si caes tú, caigo yo.
-Ahí sí te equivocas.
-¿Cómo así?
-Nosotros somos familia, somos sangre. Yo jamás te delataría, tío.
Las palabras de su sobrino lo tomaron por sorpresa. Castillo no pudo evitar sentir una incomodidad en el corazón. Fray tenía razón: los lazos sanguíneos son los únicos que duran para siempre. Entonces, Castillo se levantó, apartó la silla y se quedó mirando a Fray, quien, por el reciente temblor en sus ojos, parecía encajar a la perfección con el sentir de su tío. Y así, como si sus actos estuvieran coordinados, ambos suspiraron al mismo tiempo. Luego Castillo ladeó la cabeza y abrió los brazos. Fray entendió la invitación y empezó a dar unos pasos hacia su tío, el presidente. Al encontrarse, se dieron un fuerte abrazo, interminable, solo comparable al que solían darse en Chota cuando, por algún viaje dirigencial de Castillo, volvían a encontrarse después de tiempo.
De pronto, la incertidumbre se apoderó de Fray. Su rostro se congeló y sus brazos perdieron fuerza. Y es que ni bien había sentido el abrazo fraterno de su tío, las manos de Castillo empezaron a palparlo tímidamente, primero su espalda; luego, con menos reparos, el pecho, los brazos, buscando, revisando, cateando.
-Pero qué pasa, tío -dijo Fray, dando un par de pasos hacia atrás.
-Tú sabes, sobrino. Tenía que asegurarme de que no tuvieras algún micrófono o alguno de esos aparatos para grabarme.
-Pero cómo puedes creer que yo te voy a traicionar. Ya te dije: somos…
-Sí, sí, no me lo repitas. Somos familia.
-Exacto.
Fray cambió el tono de su voz.
-Tío, por favor, dime cuándo terminará esto. Ya estoy cansado de esconderme.
-Es difícil darte una fecha.
-Pero tiene que haber una fecha, aunque sea aproximada. ¿O piensas que voy a pasarme la vida metido en cuatro paredes?
-Bueno, tampoco es que salías mucho.
-No me asustes, tío.
-Tranquilo, sobrino. Mira, yo creo que mejor es llevarte a provincias. Ahí es más fácil esconderse que en Lima.
Castillo volvió a sentarse al escritorio. Meditó un par de minutos. “Ya sé lo que vamos a hacer”, le dijo a Fray. Cogió el teléfono y pidió por su asistente.
-Señor presidente, ¿todo bien? -preguntó, mirando de reojo a Fray.
-Sí, sí, todo bien. Dime, esta tarde tenemos viaje, ¿no?
-Sí, a Chiclayo.
Castillo asintió y achinó los ojos.
-Chiclayo es un buen comienzo -dijo y luego miró al asistente-. Anda y consíguele a mi sobrino una gorra y unos lentes oscuros.
Era mediodía y sol en alto del cielo era tan pálido que parecía pintado. En la pista del Grupo Aéreo N°8, el viento llegaba del sur, pero se podía ver pequeños remolinos levantando polvo del suelo. La comitiva presidencial, compuesta por tres vehículos, había llegado dos horas antes de lo pactado. “Ordenes del presidente. Le urge ir a Chiclayo”, dijo el asistente. Los tres autos se habían estacionado a pocos metros del avión presidencial. De ellos, descendieron el presidente, el entonces ministro de Defensa y algunos pasajeros más. Sin mayor trámite ni aviso, subieron al avión. Todo parecía haberse hecho con tanto apuro que si Castillo supiera pilotear, seguro él mismo ya habría partido.
Pocos minutos después, cuando el avión ya estaba en velocidad de crucero, un oficial de la Fuerza Aérea se acercó al asistente.
-Esto debió hacerse antes de subir al avión, pero ya tengo la lista completa de los pasajeros. Bueno, casi completa. Solo me falta el nombre de ese que está sentado al fondo.
-¿Quién?
-Ese de la gorra y los lentes oscuros.
-Ah, ese es Fray.
-¿Fray? ¿El sobrino prófugo del presidente?
El asistente, aterrado, quiso recuperar sus palabras.
-No, no -reaccionó-. Quise decir Lay.
-¿Lay? ¿Y quién es Lay?
-Él pues. El que me dices -dijo señalando al sobrino-. El de gorra y lentes oscuros.
El presidente notó el altercado y llamó al asistente.
-¿Algún problema con Fray? -le dijo en voz baja.
-Ninguno, señor presidente.
-Qué alivio, ya me estaba preocupando.
-Con quien sí podría haber problemas es con Lay.
-¿Y quién es Lay?
El asistente se encogió de hombros.
-Antes que le responda -le dijo a Castillo-, ¿no quiere otra botellita de valeriana?
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