PUBLICIDAD
Pequeñas f(r)icciones: Los Humala y el juicio final
En la amplia sala de su residencia, Nadine Heredia, vestida de buzo, polo y zapatillas, se encontraba hundida entre los enormes cojines del mueble. Mientras mordía el lápiz y fruncía el ceño, trataba de llenar el crucigrama que llevaba en su regazo.
Imagen
Fecha Actualización
En la amplia sala de su residencia, Nadine Heredia, vestida de buzo, polo y zapatillas, se encontraba hundida entre los enormes cojines del mueble. Mientras mordía el lápiz y fruncía el ceño, trataba de llenar el crucigrama que llevaba en su regazo.
- ¡Nadine! -dijo Ollanta Humala, de pantalón y camisa, entrando desde la cocina.
- ¿Qué pasó?
Humala dio unos pasos hasta detenerse frente a ella. Entonces le acercó la pantalla de su celular. Ahí Nadine leyó el titular de la noticia: “Poder Judicial autoriza inicio del juicio oral contra Ollanta Humala y Nadine Heredia por lavado de activos”. Nadine le quitó el celular y quedó en silencio mientras leía los detalles del contenido. Cuando terminó, le devolvió el celular a Humala y puso a un lado el crucigrama.
-Sabíamos que esto iba a pasar-dijo Nadine-. Pero igual me preocupa.
-¿Quieres que llame a Wilfredo?-dijo Humala, de pie, apoyándose contra la pared.
-Sí, sí, mejor llámalo. Además, hace meses que no sabemos de él.
-En realidad, hace meses que no le pagamos.
-Pero somos sus defendidos. ¿Dónde quedó la vocación?
-Entonces, ¿lo llamo o no?
-Llámalo.
Casi una hora después, el auto de Wilfredo Pedraza, abogado y exministro del Interior en el gobierno de Humala, se detuvo frente a la residencia de la ex pareja presidencial. Una vez dentro, se instaló un clima de ligera tensión. En la sala, Humala estaba sentado junto a Nadine. De cara a ellos, Pedraza parecía aferrarse a un folder que llevaba en sus manos.
-A ver, Wilfredo -intervino Humala-. ¿Qué significa esto del juicio oral?
-Es lo que ya les había dicho: la etapa donde el juicio comienza.
-¿Entonces ya no podemos hacerlo demorar más? -preguntó Humala.
- No.
-¿Y cuánto están pidiendo por nosotros? -volvió a preguntar el expresidente.
-¿Por declararlos inocentes? Bueno, la verdad es que todavía no he ido por ese camino. Tienes que darme más tiempo.
-No -dijo Humala-. Me refiero a cuántos años de cárcel están pidiendo por nosotros.
-Ah ya, eso. Para ti el fiscal está pidiendo 20 años.
-¿Y para mí? -intervino Nadine.
-26.
-No entiendo -dijo Humala- ¿Cuál es la diferencia?
-La diferencia es 6 años -dijo Pedraza.
Nadine y Humala intercambiaron miradas. Luego observaron a Pedraza que, de pronto, se quedó mudo, mirando de reojo el folder que sujetaba entre sus manos.
-Parece que hay algo más que quieres decirnos -dijo Humala.
El ex ministro del Interior asintió, muy despacio, como si en el mismo momento se estuviera arrepintiendo de hacerlo.
-¿Qué documento es ese? -dijo Humala.
-Me dicen que la fiscalía estaría convenciendo a un testigo importantísimo para que hable contra ustedes.
-Eso no puede ser -dijo Nadine-. ¿Y qué piensa decir?
-La verdad.
-¡Maldita sea! -lanzó Humala.
Sentados en la terraza de la cafetería, los tres hombres podían ver, sin problemas, el cielo panza de burro de Lima, esa tela gris que hacía lucir las estrellas como apagadas, casi muertas. En tanto, el aire de la tarde alcanzaba para enfriar sus rostros, pero apenas tenía la fuerza para mover algunas hojas caídas sobre la acera. El olor a café recién pasado los envolvía.
Pedraza y Humala habían llegado diez minutos antes de la hora pactada y Martín Belaúnde Lossio ya estaba ahí, esperándolos en una mesita. El expresidente y su abogado se sentaron sin más en las otras dos sillas desocupadas. Apenas si levantaron la cabeza, a manera de saludo. Equidistantes el uno del otro, sentados como en triángulo, ninguno se animaba a dar el primer paso, decir la primera palabra.
-Te veo un poco acabado, Ollanta -dijo por fin, Belaúnde Lossio-. Parece que la preocupación te ha pasado factura.
-Ya sabes, la preocupación, los años -respondió Humala-. A propósito, ¿qué tal la cárcel? Estar dos años en Ancón debe ser duro.
-Sí, bastante. Pero ya tendrás oportunidad de gozarlo tú mismo.
-No, no creo.
Pedraza miró a ambos personajes. Sus miradas parecían haberse enganchado entre sí.
-¿Tienes la luz verde de Nadine para venir a verme? -dijo Belaúnde Lossio, con una sonrisa socarrona.
-Ella no sabe.
-¿Ella no sabe que te ha dado luz verde?
-No, ella no sabe que venía a verte -dijo Humala-. Además, yo no necesito de su aprobación.
-¿Estás seguro?
-Claro, yo mismo le pregunté.
El mozo se apareció con una sonrisa impostada.
-Buenas tardes, ¿qué se van a servir los señores? -preguntó y como respuesta obtuvo un silencio gélido. Entonces insistió, alzando las cejas, pero sin dejar de sonreír.
-¿Les puedo sugerir algo?- volvió a preguntar.
-¿Por qué no nos das un par de minutos? -dijo Pedraza.
El mozo asintió, dio media vuelta y se fue.
-Martín -dijo Pedraza-. Queríamos conversar contigo.
-Los escucho.
-Hay una información que nos preocupa. Al parecer un testigo quiere hablar más de la cuenta.
-Y si así fuera, ¿cuál es el problema?
-El problema sería para este testigo. Porque no debe olvidarse que él también está siendo acusado y si habla también se hunde. Y se hunde hasta el fondo.
Ollanta golpeaba la mesa con la yema de los dedos, como llevando el ritmo de una melodía que solo él podía escuchar.
-Hablemos claramente -intervino Humala-. Tenemos entendido que vas a declarar en contra mía y de Nadine.
-¿Ah, sí?
-Quiero que te quede totalmente claro que si haces eso te hundes con nosotros.
-Me hundiré entonces.
-¿Ya decidieron los señores qué se van a servir? -dijo el mozo, materializándose de pronto.
Los tres hombres lo miraron al mismo tiempo y con la misma mirada asesina.
-Regreso entonces -dijo el mozo y desapareció con la misma velocidad con la que había aparecido.
-Vamos a calmarnos -dijo Pedraza-. No venimos para amenazarte, Martín. Solo queremos recordarte que en este caso estamos en el mismo barco. Bueno, yo no. Ustedes. Es decir, me entiendes lo que te digo, ¿no?
Otra vez el silencio se impuso durante unos segundos.
-Bueno -dijo Belaúnde Lossio, poniéndose de pie-. Si eso es todo, yo me retiro.
-Necesito que me asegures que no dirás nada -dijo Humala, también poniéndose de pie y mirándolo fijamente.
Belaunde Lossio sonrió. Miró a Humala y a Pedraza, que seguía sentado.
-Pidan algo -dijo apartando la silla y, antes de irse, agregó-. No se van a ir sin pedir nada, ¿no?
Pedraza y Humala lo vieron irse caminando. Lo siguieron con la vista hasta que, unos metros más allá, un auto se detuvo en medio de la pista y lo recogió.
-Solo quiere asustarlos, Ollanta -dijo Pedraza-. Tú tranquilo.
-¿Tú crees? -dijo volviéndose a sentar.
-Claro, ni loco va a querer volver a la cárcel.
Entonces regresó el mozo y, aliviado, tomó por fin los pedidos de Pedraza y Humala: dos cafés expresos, un croissant de pollo y un sándwich de pavo.
-Creo que tienes razón, Wilfredo -dijo Humala, ya más tranquilo-. Martín solo quiere que Nadine y yo nos asustemos.
-Yo, sinceramente, no me preocuparía en absoluto por él.
-¿Por qué? Porque estás seguro que solo está jugando con nosotros.
-No -respondió Pedraza-. Porque los acusados son ustedes.
PUBLICIDAD
ULTIMAS NOTICIAS
Imagen
Imagen
Imagen
PUBLICIDAD