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Pequeñas f(r)icciones: No intente hacer esto en casa… ni en la calle
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Que el mismo día en que iba a entrevistar al ministro del Interior sobre la inseguridad ciudadana me arrebaten mi celular podría ser, en otro país, una paradoja; en cambio, aquí, en nuestra querida tierra del sol, es solo la enésima constatación de que vivimos, sin remedio, a merced de nuestros enemigos… líbranos, Señor.
Tras el robo, decidí ir a la comisaría más cercana. De alguna manera, esa visita sería un insumo para la entrevista. Me recibieron bastante bien. Luego me pasaron a una oficina donde esperé algunos minutos, hasta que ingresó un suboficial y me saludó.
-Me dicen que le han robado -me dijo con voz raspada.
-Sí.
-Espéreme un momento, por favor -se excusó y luego me preguntó mi nombre, mi dirección y otros datos personales. A medida que iba tipeando, alternaba su mirada entre el monitor de la computadora y yo.
-¿Qué le robaron?
-Mi celular.
-¿Dónde estaba?
-No sé. A pocas cuadras de aquí.
-¿Cuál fue la modalidad?
-¿Modalidad? ¿Se refiera a de qué modo me robaron?
-Sí, eso.
-Fue de un modo inesperado.
El suboficial contrajo los dedos que estaban sobre el teclado y dio un suspiro. Me lanzó una mirada severa.
-Mejor cuénteme cómo pasó todo.
-Ah, ya. Yo estaba en un taxi…
-Entiendo- dijo y empezó a hablar y a teclear al mismo tiempo-. Robo bajo la modalidad del bujiazo.
-¿Bujiazo?
-Sí, usted iba en el vehículo y luego ¡pum! le reventaron la luna.
-No, no fue así.
-Sí, así fue. ¿Quién va a saber más de esto? ¿Usted o yo, que llevo años de servicio?
-Pero es que no reventaron nada. La ventanilla estaba abierta, el auto estaba detenido y yo… saqué el celular.
-¿Usted sacó el celular? ¿Para qué?
-Lo que pasa es que estaba buscando señal.
Una sonrisa maliciosa surgió en el rostro ancho del suboficial.
-Me está diciendo que usted sacó fuera de la ventana su celular cuando el vehículo estaba detenido. Y en pleno Centro de Lima.
-Sí. ¿Cómo se llama eso?
-Mejor no le digo.
-Le estoy preguntando qué modalidad es esa. ¿Eso no era lo que quería saber?
-Sí, sí -dijo y siguió tipeando-. Robo bajo la modalidad del arrebato. ¿Algo más que declarar?
-Claro -le dije-. Apenas sentí que me arrancharon el celular, me bajé del taxi y empecé a perseguir al ladrón. Pero ahí nomás me doy cuenta de que alguien me estaba gritando. Era el taxista que me estaba persiguiendo.
-¿El taxista? ¿No me diga que no le pagó?
-No, justamente para eso estaba buscando señal, para yapearle.
-¿Para qué?
-Para yapearle, es decir, para pagarle.
-Ya entendí.
-¿Le sigo contando?
-Ya, pe’.
-Le decía que el taxista me perseguía mientras yo corría tratando de no perder de vista al ladrón. Entonces pasó el accidente. Un carro atropelló al ladrón y luego se dio a la fuga.
-¡Carajo! ¿No lo mató?
-No, no. En realidad, lo agarró de lado nomás. Igual salió volando un par de metros.
-¿Y el taxista?
-Lo perdí de vista. Quizá se asustó por el accidente.
-¿Y el delincuente?
-Como se imaginará, al momento mucha gente se puso alrededor de él, más que nada curiosos, varios grabando con su celular. Yo también me acerqué y pude notar que estaba consciente. Tenía la mirada perdida, pero ya empezaba a moverse. Parecía que no había sido tan grave la cosa, pero igual algunos empezaron a pedir que llamen a la ambulancia. Fue entonces cuando lo vi.
-¿Qué vio?
-Vi mi celular. Estaba medio salido en el bolsillo del pantalón del ladrón. Así que me acerqué a él, mezclado entre la gente.
-¿No me diga que le robó su celular?
-Era mi celular. Así que me acerqué, me agaché, hice como que lo estaba consolando y le saqué mi celular. Me puse de pie y me alejé lo más calmadamente posible.
-¿Y nadie le dijo nada?
-Nadie se dio cuenta. Igual me había alejado unos metros cuando comprendí que no había actuado bien.
-¿Se arrepintió?
-No, es que me había equivocado de celular.
El suboficial se pasó las dos manos por la cara, tal como si estuviera echándose agua.
-¿No era el suyo?
-No, era bien parecido, pero no era el mío. Por eso regresé a devolverlo. El problema fue que, cuando volví, el ladrón ya estaba de pie. Entonces me detuve unos segundos. No sabía bien qué hacer. Al final me decidí a encararlo. Me puse frente a él y le dije que, por favor, me devuelva mi celular.
-¿Y qué le dijo?
-Me mandó lejos, bien lejos. Y, además, me dio un empujón. Y entonces recordé el robo, recordé lo que me había costado comprar ese celular, pensé a cuántas otras personas habría robado este infeliz y entonces, yo, pese a ser una persona tranquila, me enfurecí tanto que, lejos de intimidarme, me llené de una energía extraña, desconocida y, sin pensarlo, lo empujé con todas mis fuerzas. Tanto así que apenas lo toqué se cayó de espaldas.
-Seguro estaba débil por el atropello -me dijo, con cierta satisfacción.
-La cosa es que ahí nomás llegó la ambulancia y, aunque me acerqué para ahora sí recuperar mi celular, ya no pude hacerlo. Un par de hombres se lo llevaron en camilla. Le escuché decir a uno de ellos que solo parecía tener contusiones.
-¿Eso es todo?
-No, resulta que, cuando lo estaban levantando, se le cayó un celular.
-¿No me diga que era el suyo?
-Sí, era el mío. ¿Se imagina mi fortuna?
-Lo felicito -me dijo sin ninguna intención de felicitarme.
-Gracias.
-Dígame, si usted recuperó su celular, ¿entonces cuál es su denuncia?
-¿Denuncia? Yo no vine a hacer ninguna denuncia. Yo solo dije que venía por el tema de un robo y me hicieron pasar a esta oficina.
El suboficial perdió la paciencia y dio un golpe sobre la mesa. El teclado dio un salto.
-¿Entonces a qué vino?
-A devolver esto -le dije y dejé el otro celular sobre el escritorio.
Cogió el aparato, lo miró con cierto desdén y lo volvió a dejar en la mesa.
-Ahora sí, ¿eso es todo?
-Sí, es todo.
Cuando me alejé de la comisaría, recién pude revisar a cabalidad todos los mensajes y correos que recibí después del robo. Uno de ellos venía de la Oficina de Prensa del Ministerio del Interior. Asunto: Entrevista pospuesta. La verdad ya no quise abrirlo ni ver el contenido del correo. Lo haría después. Por ahora, estaba feliz, había recuperado mi celular. Bueno, mío todavía no era: me faltan un par de cuotas.
El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!
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