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Pequeñas f(r)icciones: Salaverry: crónica de una renuncia

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Apenas el ascensor se abre, emerge su larga figura. Escoltado por una mujer, empieza a caminar casi sin mover los brazos, con pasos firmes, seguros. A medida que avanza por los pasillos, los empleados se asoman a verlo. Muchos dejan sus lugares y, desde algunos metros, lo van siguiendo, murmurando: “Ese es”. Mientras tanto, continúa caminando con la mirada dura, el mentón levantado y con el rostro inexpresivo, ausente de gestos, parece una estatua andante. Cuando llega a su oficina, se detiene de golpe y, antes de entrar, voltea. Los trabajadores que habían estado siguiéndolo de lejos no pudieron evitar toparse con sus ojos. “Buenos días, soy el nuevo presidente de Petroperú”, dice Daniel Salaverry con una voz aflautada, delgada, una voz que no parecía venir de esa humanidad.
Para el mediodía, Salaverry ya se encuentra instalado del todo en su nueva oficina. También ha recibido un celular, una laptop, un chofer y un auto. Su nueva secretaria, la mujer que lo acompaña, se ha encargado de todos los detalles. Ahora, mientras Salaverry termina de pedir que manden a imprimir sus tarjetas personales, un hombre entra sin avisar.

-¿Quién es usted? -pregunta Salaverry.

Antes de que el recién llegado pueda contestar, aparece la flamante secretaria.

-Perdone, señor Salaverry -dice ella-, justo salí por un momento. No lo vi entrar.

Salaverry asiente.

-Vaya, nomás -dice Salaverry.

El hombre espera que la secretaria salga y cierre la puerta para hablar.

-Señor Salaverry, soy del área de Comunicaciones. Le cuento. Me tomé la libertad de prepararle un informe en el que le detallo todo sobre su nuevo cargo.
-¿Cómo dice?
-En el informe le explico lo que hacemos aquí y, sobre todo, las funciones y decisiones que usted tendrá que tomar. Para eso he traído un PPT.
-Oiga, no se equivoque. Que la prensa opositora diga que yo no estoy preparado para el cargo es mentira.
-Perdone… yo…
-Para que sepa, llevo semanas dedicado exclusivamente a leer y estudiar todo lo relacionado con las actividades que se hacen aquí y con las funciones de mi cargo. Así que no se equivoque. A estas alturas, probablemente yo sepa mucho más que usted sobre Petroperú.
-¿Petroperú? Esto es Perupetro.
-¿Qué dice?
-Le digo que esto es Perupetro. Petroperú es otra institución.

Salaverry asiente. Se toma su tiempo antes de hablar.

-Entonces, ¿me decía que ha traído un PPT?

Para el final de la tarde, Salaverry ya había tenido dos reuniones con la junta de directores y con los principales funcionarios. En ambas, el flamante titular de Perupetro había tratado de convencer -y convencerse- de que su único interés será el crecimiento de dicha entidad. Que la primera información que Salaverry envió a Perupetro no fuera su currículum vítae ni su Plan de Trabajo sino el número de su cuenta de ahorros -con el agregado: “también me pueden yapear”- es algo sin importancia.

-Señor Salaverry -dice su secretaria-, es el ministro de Energía. Dice que quiere hablar con usted.
-En buena hora, yo también quiero hablar con él.
-¿Qué le digo, entonces?
-Dile que pase.
-No, señor Salaverry. El ministro no está aquí. Al contrario, quiere que usted vaya a verlo.

En la antesala al despacho ministerial, Salaverry tiene las manos entrelazadas. “Este tipo se cree que por ser ministro me va a sacar del cargo. Vamos a ver quién tiene más injerencia con Castillo”, piensa. Una voz femenina lo saca de sus cavilaciones.

-Señor Salaverry, pase por favor.

Salaverry ensaya su andar pétreo, su mirada intimidatoria. Ingresa al despacho y, sin esperar a que lo inviten, toma asiento en la silla más cercana. Un par de segundos después, Salaverry y el ministro se observan, se sopesan; parecen dos boxeadores en los momentos previos al combate.

-Me mandó a llamar, señor ministro -dice Salaverry, con una calma calculada.
-Sí, señor Salaverry, es sobre el tema de su designación.
-¿Qué pasa? -pregunta Salaverry.

El ministro lo mira, como descifrando el tono de su voz.

-Bueno, y no solo soy yo. Como usted mismo habrá visto, los medios están presionando para dejar sin efecto su designación.
-Me tiene sin cuidado lo que digan los medios.
-¿Y qué me dice de la Contraloría?
-¿Qué pasa con ella?
-Acaba de sacar un informe en que dice que su designación es irregular.

Salaverry no puede evitar hacer una mueca de desagrado.

- ¿Usted sabe lo que hago con el informe de la Contraloría?
-A ver, señor Salaverry, espero que, dadas las circunstancias, entienda que lo mejor es que presente su renuncia.

Salaverry, de súbito, se pone de pie.

-No voy a hacer nada antes de hablar con el presidente.

En el asiento de atrás de su vehículo recién otorgado, camino de regreso a Perupetro, Salaverry no da crédito a lo que muestra su celular. Un WhatsApp del presidente Castillo: “Daniel, lo intentamos, pero no se pudo. No te preocupes, ya encontraré algo para ti. Saludos”. Salaverry escribe los improperios más terribles, pero no envió ninguno. Castillo todavía tiene poder, todavía puede ser de utilidad.

De vuelta al despacho, Salaverry llama a su secretaria.

-He tomado la decisión de renunciar al cargo.

La mujer se queda atónita, abriendo los ojos a más no poder.
.¿Está seguro?
-Sí, seguro. No voy a dejar que los enemigos del presidente me utilicen para hacerle daño.
-Vaya, señor Salaverry. Es usted una persona admirable. No muchas personas harían eso.

Salaverry mueve la cabeza hacia adelante y libera una pequeña sonrisa.

-Te voy a decir algo.
-Sí, dígame-dice la secretaria.
-No hay nada como la lealtad y el agradecimiento.

Los ojos de la secretaria parecen humedecerse, ponerse rojos.

-No lo olvidaré, señor.
-Ahora lo que tenemos que hacer es poner mi carta de renuncia en las redes.
-Claro.
-Y por último quiero que te consigas unas cajas y pongas todas las cosas de la oficina en ellas.

La secretaria lo mira, extrañada.
-¿Todas las cosas?
-Sí, todas.
-Pero señor Salaverry, casi nada de aquí es de usted.
-Considéralos un recuerdo.
-Pero el celular, la laptop, ¿también?
-Claro, también. Te he dicho todo.
-¿Y el auto y el chofer?

Una repentina sonrisa ensanchó el rostro de Salaverry.

-No pues, tampoco exageremos.
-Va a devolver el auto entonces.
-No, el chofer.
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