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El Perú no es tu casa
El Perú es un espacio en el que todos los peruanos deberíamos poder vivir nuestras vidas con libertad. Y eso implica trabajar con o recibir venezolanos si nos viene en gana.
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Desde hace un tiempo, vengo escuchando diversos argumentos a favor de las restricciones de entrada a los venezolanos. Uno, sin embargo, me ha llamado la atención por lo repetido que se ha vuelto. Según algunos, así como uno tiene el derecho de impedir la entrada de foráneos a su casa, el gobierno tiene el derecho de impedir que ingresen los venezolanos. Incluso el candidato a la alcaldía de Lima Ricardo Belmont respondió a quienes critican su postura con un tajante “yo no meto extraños a mi casa”.
La analogía entre un país y una casa, sin embargo, está completamente equivocada. Uno tiene derecho a excluir a quien quiera de su casa, pero no así un gobierno. Ni siquiera en una democracia. Y la razón es muy sencilla: el Perú no es propiedad privada del Estado. El Estado puede ser soberano, pero no es propietario del territorio en el que vivimos los 31 millones de peruanos. Menos todavía tiene los mismos derechos sobre su propiedad que el resto de peruanos.
La analogía del país como una casa parece funcionar cuando pensamos en el derecho a excluir inmigrantes, pero si pensamos en otros de los derechos que tienen los propietarios sobre sus casas, la analogía se torna ridícula. Un propietario puede hacer cosas tan absurdas como prohibir que en su casa se hable español, puede impedir que entren los católicos (o los hinchas del Real Madrid) o puede exigir que las personas se desnuden para caminar en su propiedad. Incluso podría destruir su casa y estaría en su derecho.
Los gobiernos, sin embargo, no pueden hacer nada de eso. Liberales, católicos, progresistas o conservadores, todos creen que existen cosas que el Estado no puede hacer así lo desee el Congreso o así lo ordene el presidente. Si un Estado quisiera actuar sobre el país como si fuera su propiedad privada, estaríamos más cerca de Venezuela que de una democracia. Estaríamos hablando de una dictadura o de un régimen totalitario. Nada que merezca la pena ser defendido.
Es importante tomar esto en cuenta porque una vez que dejamos atrás la idea de que el país es una “casa” caemos en cuenta de que al impedir la llegada de venezolanos estamos vulnerando los derechos no solo de los inmigrantes, sino de otros peruanos. El Estado no tendrá una casa llamada “Perú”, pero existen miles de peruanos con casas y empresas reales que están dispuestos a recibir a los venezolanos. Quizás nadie más que tú tenga un derecho a asociarse libremente en tu casa (o a expresarse u opinar a sus anchas), pero en el Perú somos millones con el derecho de asociarnos con quien más nos guste, y ese derecho no debería ser recortado solo porque a unos se les apetece (del mismo modo que no se puede limitar la libertad de prensa por gusto y deseo de las mayorías o del Estado).
Si no te gustan los inmigrantes, puedes no hospedarlos. Nadie te va a exigir que abras las puertas de tu casa. Lo que no puedes hacer es impedir que nosotros nos asociemos con otras personas alegando razones tan arbitrarias como el lugar de nacimiento. Este país no es tu casa, ni la mía, ni la de Belmont, para que hagamos lo que queramos con él. El Perú es un espacio en el que todos los peruanos deberíamos poder vivir nuestras vidas con libertad. Y eso implica trabajar con o recibir venezolanos si nos viene en gana. Libertad para asociarnos aunque a nuestros vecinos les desagrade.
La analogía del país como una casa parece funcionar cuando pensamos en el derecho a excluir inmigrantes, pero si pensamos en otros de los derechos que tienen los propietarios sobre sus casas, la analogía se torna ridícula. Un propietario puede hacer cosas tan absurdas como prohibir que en su casa se hable español, puede impedir que entren los católicos (o los hinchas del Real Madrid) o puede exigir que las personas se desnuden para caminar en su propiedad. Incluso podría destruir su casa y estaría en su derecho.
Los gobiernos, sin embargo, no pueden hacer nada de eso. Liberales, católicos, progresistas o conservadores, todos creen que existen cosas que el Estado no puede hacer así lo desee el Congreso o así lo ordene el presidente. Si un Estado quisiera actuar sobre el país como si fuera su propiedad privada, estaríamos más cerca de Venezuela que de una democracia. Estaríamos hablando de una dictadura o de un régimen totalitario. Nada que merezca la pena ser defendido.
Es importante tomar esto en cuenta porque una vez que dejamos atrás la idea de que el país es una “casa” caemos en cuenta de que al impedir la llegada de venezolanos estamos vulnerando los derechos no solo de los inmigrantes, sino de otros peruanos. El Estado no tendrá una casa llamada “Perú”, pero existen miles de peruanos con casas y empresas reales que están dispuestos a recibir a los venezolanos. Quizás nadie más que tú tenga un derecho a asociarse libremente en tu casa (o a expresarse u opinar a sus anchas), pero en el Perú somos millones con el derecho de asociarnos con quien más nos guste, y ese derecho no debería ser recortado solo porque a unos se les apetece (del mismo modo que no se puede limitar la libertad de prensa por gusto y deseo de las mayorías o del Estado).
Si no te gustan los inmigrantes, puedes no hospedarlos. Nadie te va a exigir que abras las puertas de tu casa. Lo que no puedes hacer es impedir que nosotros nos asociemos con otras personas alegando razones tan arbitrarias como el lugar de nacimiento. Este país no es tu casa, ni la mía, ni la de Belmont, para que hagamos lo que queramos con él. El Perú es un espacio en el que todos los peruanos deberíamos poder vivir nuestras vidas con libertad. Y eso implica trabajar con o recibir venezolanos si nos viene en gana. Libertad para asociarnos aunque a nuestros vecinos les desagrade.
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