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Si usted tuvo alguna duda del acuerdo con Odebrecht, qué bueno que no se dejó engañar. Lo confesado esta semana por Jorge Simoes Barata es un sismo de magnitud 9 para los gobiernos de los últimos 18 años. Se la llevaron en costales. Es decepcionante –nauseabundo, diremos– que el voto popular haya sido devuelto con este saqueo. Según cifras de IDL-R, los sobrecostos del cártel Lava Jato equivalen a 14 veces el presupuesto para el aumento a los maestros; 115 veces el de la lucha contra el terrorismo; 11 veces la inversión para agua y saneamiento en zonas rurales. El mayor robo de nuestra historia; la corrupción que más daño nos ha hecho.
¡Malditos desalmados! Sí, pienso lo mismo que usted. No tenían empacho en llamar a Barata para presionar para que la plata salga pronto. Dan lo mismo los extorsionadores de Gamarra, o Budián, o Chalán, o Bandido. El campeón de los rufianes, Toledo. ¡Carajo! Pero estos con cuello, corbata y poder, se infiltraron en la cédula como gente con idearios. Embaucaron al pueblo y echaron por tierra sus demandas. Ya los habían comprado en la campaña; después vino la farra.
Comprendo que usted, como yo, esté asqueado con la podredumbre, la basura en camiones que ha saltado esta semana. ¿Y sabe qué? Por eso era que los detractores del acuerdo con Odebrecht saltaban como hienas contra el documento. Por eso querían quemarlo en hornos antes que se firmara. Por eso lo atacaban con la dichosa cifra de la reparación civil; le llamaron entreguista, vendepatria y que colocaba de rodillas al Estado. ¿Se acuerda?
Bueno, ¿quiénes terminaron de rodillas, como vendepatrias, ante Odebrecht? Usted lo sabe mejor que yo. La política, ahora sí, tiene un antes y un después. Todos extintos, todos a mejor vida; la muerte moral y la muerte de verdad. Muertos, al fin y al cabo.
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