Mañana terminan los Juegos Olímpicos de París, un evento que más allá de la competencia entre los más calificados atletas de distintas disciplinas deportivas, permite un acercamiento entre naciones y seres humanos procedentes de todos los rincones del planeta.
Es cierto que no han faltado las polémicas, las protestas por determinados resultados, los dramas familiares, las situaciones anecdóticas y hasta los bloopers, pero en conjunto nada ha desmerecido las emociones al límite que convoca este certamen, realizado cada cuatro años. En las victorias, en las derrotas o en los pocos empates, ha sido posible apreciar la grandeza de deportistas que se vuelcan completamente a la defensa de sus colores, soñando con llevar una medalla a casa, sea del metal que fuese.
Países que incluso se encuentran enfrentados por razones políticas, se dieron cita en el certamen. Como dijo Antonio Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas: “En un momento como este es importante decir que la primera iniciativa de paz real de la que se tiene constancia en la historia fue la Tregua Olímpica… pues los Juegos simbolizan la cooperación y la competición leal, en lugar de la división y el conflicto”.
La llama olímpica ha iluminado el planeta y se ha impuesto a la oscuridad que se extiende en regiones donde la paz es todavía una tarea pendiente.
Y en lo que respecta a nuestro país, la delegación peruana regresa a casa con una meritoria medalla luego de 32 años de sequía. El hermoso bronce logrado el 7 de agosto por Stefano Peschiera en la disciplina de vela, modalidad dinghy, es además resultado más del esfuerzo individual que de la planificación de los estamentos deportivos nacionales. Algo que redobla el valor de su hazaña, de la que todo el Perú debe sentirse orgulloso.
Porque si los representantes peruanos han cumplido un honroso papel en estos JJ.OO. –algunos con mejor suerte que otros, pero todos batiéndose con rigor en sus respectivas disciplinas– es sobre todo producto de sacrificios e iniciativas privadas que han logrado empinarse por encima de las carencias y el discontinuo apoyo del IPD.
Aunque sin figurar en el medallero, los nombres de Kimberly García, Evelyn Inga, Mary Luz Andía, María Belén Bazo y Alonso Correa deben ser también recordados, ya que en cuanto a resultados, y en conjunto, constituyen la más destacada participación peruana en la historia de los Juegos Olímpicos.
Honor, pues, a nuestros magníficos atletas.