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Póngase la camiseta
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Por primera vez en su mandato el presidente se ha quedado literalmente sin enemigo o, sirviéndome de la euforia que ha levantado la última película de Todd Phillips, Vizcarra se ha quedado sin su Joker.
Puede que la primera palabra que el mandatario viera en su agenda al comenzar la semana fuera la de “gobernar”, ejercicio en el que hasta ahora ha demostrado saber poco y donde ha tenido la suerte de poder disimular su falta de destreza gracias a las convulsiones diarias que estallaban desde el ahora silente Congreso.
El presidente quedó en evidencia en este aspecto en una entrevista que le brindó al diario El Comercio. En un momento de la misma, la entrevistadora le pregunta en qué puntos específicos enfocará a partir de ahora su atención (ahora que el Congreso no es una rémora), ante lo cual Vizcarra se queda en blanco e intenta construir sin resultado una respuesta satisfactoria. La disociación cognitiva resulta ser tan evidente y a la misma vez confusa, que la periodista se ve obligada a reformular la misma interrogante no una, sino dos veces, obteniendo el mismo resultado.
Al estar tantos meses parapetado en su cuartel, arracimado de sus asesores y ministros con el único objetivo de cancelar al Legislativo, Vizcarra perdió noción de su tarea principal que es la de administrar; el batiburrillo proveniente de la crisis política de la que él tenía parte de culpa ha hecho imposible escuchar los gritos de desesperación que emitían nuestras instituciones ante la falta de acción e iniciativa por parte de su gobierno.
Y es que durante los meses que ha comandado al Poder Ejecutivo, su administración poco se ha preocupado en activar programas para desoxidar las articulaciones de nuestro correoso país, sino más bien en organizar giras promocionales; sus viajes al interior del país gravitaban entorno a la confrontación con el Congreso, a sus reformas políticas, al adelanto de elecciones y, seamos justos, una que otra inauguración de carreteras sin asfaltar.
Pero ahora sí necesitamos de él. Nos guste o no, Martín Vizcarra completará su mandato hasta julio del 2021 y poniendo al lado nuestras convicciones políticas o inclinaciones ideológicas, debemos confiar en que algo bueno, por lo menos un puñado de reformas, vean las luz del día. Estos meses que quedan por delante debemos albergar la esperanza de que las tuercas en Palacio finalmente comenzarán a girar, porque sus logros son nuestros logros y sus fracasos también lo son.
Este trienio de la discordia ha llegado a su fin y por ahora todo indica que el presidente será recordado como un mandatario gris. Pero la Historia puede que aún tenga un sitio reservado para Vizcarra, un espacio que se gana intercambiando unos puntos de esa tan anhelada y adorada aprobación que tanto añora el presidente.
Las reformas impopulares, aquellas que suelen infligir dolor o levantar molestia entre la ciudadanía a corto plazo, son las que con los años granjean el mayor nivel de aprobación y elevan la figura del político a la de un hombre de Estado.
Pregúntenle si no a Lenin Moreno, el presidente de Ecuador, que se ha mantenido en sus trece ante las olas vandálicas que se han levantado en contra de las perentorias reformas que ha puesto en marcha y que necesitaba Ecuador para subsanar su economía y que, dicho sea de paso, la izquierda en nuestro país poco se ha desgañitado, condenado los actos de violencia como sí lo hacen en el nuestro.
El presidente debería tomar nota de su par ecuatoriano, es hora que se ponga la camiseta y demuestre de qué está hecho. Que comience por promover con el mismo ímpetu con el que impulsó sus reformas políticas un paquete de políticas de competitividad económica donde este año hemos retrocedido notoriamente o que mejore pero mantenga la esencia liberal en la nueva Ley de Minería. Hay mucho que hacer, tareas que seguro le costarán puntos de su aprobación, pero que necesitan la atención de nuestro Jefe de Estado.
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