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Productividad y flexibilidad laboral
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Las organizaciones en el tiempo no son sostenibles sin productividad y eficiencia.
La baja productividad del Estado es sinónimo de subdesarrollo, atraso, carencia de bienestar y postración. En la empresa privada es causa de ineficiencia, estancamiento y, a largo plazo, bancarrota. Ejemplos vivos: Dinamarca, puesto 7, Venezuela 127 (indicador de productividad WEF). Sobran las palabras.
La productividad es una necesidad competitiva en el sector privado y una prueba de idoneidad e integridad en el sector público. Implica, además, un manejo eficiente de los recursos, tanto en la relación insumo-producto como en los servicios para el usuario.
Mejorar el rendimiento, lograr productos de calidad al menor costo, atender y servir en el menor tiempo a más personas con un presupuesto justo es un mandato implícito a cada servidor del Estado.
Detrás de una baja productividad se ocultan vicios y malas prácticas en toda la cadena de valor: malas decisiones de inversión, productos y servicios deficientes, procesos burocráticos, actos dolosos, información errónea, falta de transparencia, gastos innecesarios y superfluos.
La productividad exige personas eficientes, trabajadoras, rigurosas, capacitadas y equipos humanos comprometidos. Por ello, esta necesita flexibilidad, tanto en la contratación como en la desvinculación. Como en el fútbol, es inimaginable que el técnico no pueda convocar o desvincular jugadores.
Se confunde derecho al trabajo y derechos del trabajador con derecho a la ineficiencia, la impunidad y la baja productividad.
¡En la época de la revolución digital, desterremos este error y hagamos políticamente correcta la flexibilidad laboral!
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