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Delirios populares y la locura de multitudes (tercera parte)
“Emisiones de moneda y restricciones al comercio como vía rápida para salir al paso del exceso de endeudamiento, algo parecido a lo que hemos vivido desde la crisis de 2008”.
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En las dos entregas anteriores expliqué cómo el escocés John Law convenció al duque de Orleans –regente de Francia desde 1715 durante la minoría de edad de Luis XV– de que la solución para la ruinosa hacienda consistía en crear un banco con potestad para emitir papel moneda y una Compañía con el monopolio del comercio exterior. La sociedad subscribiría acciones a cambio de bonos de deuda pública; a su vez, el banco emitiría moneda, sin respaldo de oro, para comprar dichos bonos y así dar liquidez para que la Compañía pudiera operar y pagar dividendos hasta que tuviera un beneficio. Es decir, emisiones de moneda y restricciones al comercio como vía rápida para salir al paso del exceso de endeudamiento, algo parecido a lo que hemos vivido desde la crisis de 2008.
Cuando el plan se puso en práctica, el precio de las acciones subió como la espuma y, en paralelo, la alicaída economía entró en una fase de bonanza, hasta que aparecieron los problemas. MacKay ilustra la euforia de la época con historietas, sin duda exageradas, como la del médico Chirac, que había comprado acciones en mal momento y estaba obsesionado por venderlas. En eso le llamaron para atender a una señora. Al tomarle el puso dijo: “Baja, Dios mío, baja continuamente”, a lo que la señora aterrada contestó: “Entonces me muero”; Chirac replicó: “No, su pulso está bien, lo que baja es la bolsa”.
O como el caso del potentado que envió a su sirviente a vender un paquete de acciones a un precio de 8 mil libras, pero en el trayecto el precio subió a 10 mil; el muy vivo se embolsó la diferencia y después de entregar el dinero a su patrón se fugó al extranjero.
La burbuja continuó floreciendo hasta el comienzo de 1720. Las advertencias del Parlamento sobre la creación desmedida de moneda que llevaría al país a la ruina total eran desestimadas por el regente, convencido de las bondades del sistema, hasta que sonó la primera alarma en 1720. El príncipe Conti, enemigo de Law, fue al banco a pedir la conversión en oro de una fuerte cantidad de papel moneda. Law fue con el regente y protestó, argumentando que si ese comportamiento era imitado, se provocaría una crisis de convertibilidad y posterior repudio del papel moneda, con lo que el país volvería a la crisis financiera. El regente mandó llamar a Conti y le obligó a devolver dos tercios del oro.
Sin embargo, pronto hubo una oleada de retiros y el gobierno tuvo que decretar un corralito. Acto seguido, la bolsa colapsó; la cotización cayó 90%. Hubo problemas de orden público, Law se tuvo que fugar del país y Francia entró en una crisis peor que la que hubo de partida.
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