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Economistas con chispa (Segunda parte)
“La joint-venture fue posible porque el EBRD –el banco de desarrollo en el que yo trabajaba– entró también como accionista en la operación”.
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Allá por el 2001, la General Motors y la rusa AvtoVAZ llegaron a un acuerdo para invertir en una planta automotriz en Rusia para producir coches Chevrolet. La joint-venture fue posible porque el EBRD –el banco de desarrollo en el que yo trabajaba– entró también como accionista en la operación; con la incorporación del EBRD –cuyos propietarios, como los del BID, son países soberanos–, GM sentía que limitaba el riesgo político. Después de una reunión con ejecutivos de ambas empresas, el presidente del EBRD me encargó que analizara la estructura del sector automotor ruso y la comparara con el español veinte años atrás, ya que, en la reunión, un ejecutivo de GM había comentado que la idea era replicar la experiencia de éxito de GM en España cuando, en 1982, comenzó a fabricar modelos Opel en Zaragoza.
Pronto nos dimos cuenta de que el reto de GM en Rusia iba a ser bastante mayor. Me ahorro los detalles, mi intención hoy es escribir una columna “light” con el pretexto del tema. AvtoVAZ se fundó en 1966, en coinversión con Fiat, para producir un coche sencillo de consumo masivo que era una adaptación a Rusia del utilitario Fiat124. Así nació el celebre Lada. La planta se ubicó en una nueva ciudad de Samara, a 800 km de Moscú, a la que se bautizó como Togliatti en honor al fundador del Partido Comunista Italiano.
Un técnico de GM me contó que uno de los problemas serios era el control de calidad y lo ilustró así. Resulta que invitaron a una delegación de AvtoVAZ a visitar la planta de Detroit. Acabado el recorrido, llegan al recinto donde están estacionados los coches recién producidos. Un ruso pregunta por qué hay un gato en el asiento trasero de cada coche; le explican que es por control de calidad: si las juntas de puertas y ventanas dejan el interior perfectamente estanco, al día siguiente el gato amanece ahogado. Meses después, viajan los de GM a Togliatti para evaluar los avances. Al ver el gato, uno de GM comenta satisfecho “nuestro control de calidad”, a lo que un ruso replica que sí, pero adaptado a las condiciones locales: “Si el gato no se ha podido escapar, el coche pasa la prueba”.
Fue Brezhnev quien empujó la joint-venture con Fiat; era un fanático del automóvil, una vez le dijo a un periodista que “al volante se sentía en control total”, a diferencia de su predecesor Kruschev, para quien el coche era un lujo burgués innecesario, dicen que lo definió como “un sofá maloliente sobre ruedas”. De los años de Brezhnev ahí va este otro chiste. Como los rusos no respetaban los límites de velocidad, se promulgó la norma de encarcelar a los infractores. Resulta que el Gobierno francés regala un Maserati a Brezhnev, quien para probarlo pide que lo lleven a su Dacha para de ahí conducirlo al Kremlin; le dice al chofer que se siente atrás y sale al volante a toda velocidad. La policía los detiene y uno de los dos agentes se acerca con las esposas para encarcelar al conductor, pero desiste regresando cabizbajo al coche patrulla; cuando su compañero le increpa, se defiende argumentando que el coche pertenece a alguien muy importante. “¿Como quién?”, contesta el otro. A lo que responde: “No le vi, pero figúrate su chofer es Brezhnev”. Felices Fiestas Patrias.
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