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Una fábrica de independentistas
“Casi todos los catalanes tienen algo de charnego, hasta el presidente Puigdemont, cuya abuela materna era andaluza”.
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“La peor de todas las pestes: el nacionalismo que envenena nuestra cultura”, eso dijo Stefan Zweig en El mundo de ayer (1942), la autobiografía que escribió en Brasil después de huir de los nazis. Nada más apropiado para comenzar.
Si algo hay que reconocer a los independentistas catalanes es su habilidad para vender fuera de España lo que no es y lo que no son. No es un movimiento cívico y cultural contra un poder central opresor sino uno xenófobo y egoísta de unas élites que administran su región con cotas de autonomía tan altas como las que más. Hoy, el gobierno de Cataluña (la Generalidad) rige sus destinos en la educación, sanidad, orden público, policía, medios de comunicación, infraestructura, etc. Hasta se permite multar a los negocios por rotular en español y racionar la enseñanza del español en los colegios por debajo de las ridículas seis horas semanales a las que obliga la ley. ¿Por qué se ha llegado a este extremo? ¿Cómo se ha permitido?
Vayamos con lo primero. ‘Charnego’ es el término despectivo para referirse a los inmigrantes de otras regiones. Pero casi todos los catalanes tienen algo de charnego, hasta el presidente Puigdemont, cuya abuela materna era andaluza; catalanes pura cepa los menos y no necesariamente independentistas. Los apellidos más frecuentes en Cataluña son: García (2.3%), Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez y González (1.2%); los mismos que en el resto de España; hay que bajar hasta el puesto vigesimosexto para encontrar el primer registro genuinamente catalán que es Vila: https://goo.gl/qSauAt.
¿Y cómo producir nacionalistas entre tanto charnego? Mediante la educación, inculcando en los niños el rechazo a lo español, reescribiendo la historia, y algunos llegando a decir que España roba a Cataluña. En definitiva, creando el “hombre nuevo.”
Hemos llegado aquí porque los dos grandes partidos de España (PP y PSOE) cuando toca formar gobierno y están en minoría, en lugar de arreglarse entre ellos, negocian con los partidos nacionalistas periféricos, y estos se aprovechan para despojar al Estado de funciones.
La narrativa independentista del “España nos roba” es un dislate histórico; ahí están las palabras del francés Stendhal en sus Memorias de un turista (1838): “Los catalanes quieren leyes justas… a excepción de la de Aduanas, que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesite algodón pague cuatro francos la vara. El español… no puede comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes, y que cuestan un franco la vara”.
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