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Ricardo Lago: Los que trabajamos por el Perú (segunda parte)
“El gobierno había prohibido la entrada en Perú a los funcionarios del FMI, incluso para realizar la auditoría anual macroeconómica”.
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Hablaba la semana pasada del primer paso de la reinserción. No fue fácil; el Perú debía US$15 mil millones vencidos a los bancos comerciales, a los que había dejado de pagar en 1982 y otros 5 mil millones también vencidos en créditos garantizados por gobiernos extranjeros. El problema más grave, sin embargo, eran los 2,500 millones en mora con tres organismos internacionales; al Banco Mundial y al FMI eran 1,000 a cada uno, y al BID 500 millones.
Las relaciones del FMI y el BM con el primer gobierno aprista habían sido muy difíciles, Alan había tratado de crear un frente de países en desarrollo contra la deuda externa, llevando las cosas al punto de dejar de pagar los vencimientos de la deuda al FMI y el BM. Hubo unos cuantos meses en 1987-88 que yo era el único funcionario de los organismos que viajaba a Lima. El gobierno había prohibido la entrada en Perú a los funcionarios del FMI, incluso para realizar la auditoría anual macroeconómica (la Consulta del Artículo IV), a la que todos los países miembros del FMI están obligados. En el BM teníamos una cartera de unos 20 proyectos en Perú, pero, como Perú había dejado de pagar la deuda, los estatutos nos obligaban a cancelar todos los proyectos, a cerrar la oficina en Lima, y a suspender todos los trabajos de análisis con cargo al presupuesto. El BM solo podía asignar a un funcionario al trabajo con Perú como caretaker; tuve la suerte de ser yo ese funcionario. Nuestro programa de trabajo con Perú se pagaba con una donación que el BM pidió a las Naciones Unidas. Tengo que decir que, para mí, fue una gran oportunidad porque tenía un rol mucho más relevante que el de mis colegas que trabajaban con países “normales”.
En las vísperas de las elecciones de 1990, desde los organismos apostamos fuerte por la candidatura de Mario Vargas Llosa, hasta el punto de colaborar informalmente con su equipo económico de campaña, algo que no estaba muy a tono con las normas, pero que fue promovido por la jerarquía del Banco en la creencia de que Perú era un estado fallido y que solo MVLL lo podía sacar a flote. Mi primer contacto fue una reunión con MVLL en marzo de 1989, en su casa en el Malecón de Barranco; la concertó el director de Expreso Manuel D’Ornellas, que era amigo de ambos. A partir de ahí, empecé a colaborar discretamente con Raúl Salazar –el zar económico de MVLL– y con Alonso Polar, con quien tuve gran afinidad. Alonso era un intelectual íntegro de tomo y lomo, un gran peruano, una de esas personas que honran a su país.
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