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Psicología derrotista
Curioso país es el nuestro, que celebra al máximo héroes derrotados y batallas perdidas. Nuestro paladín nacional debería ser José Gálvez, un republicano civil liberal que derrotó a los españoles en el Callao a costa de su vida. O el Mariscal Ureta, quien venció a Ecuador en 1941, en lo que constituye nuestra única victoria militar en una guerra internacional.
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Aldo Mariátegui,Ensayos impopularesamariategui@peru21.com
O Andrés Razuri, quien determinó el vital triunfo en Junín, que posibilitó el magnífico resultado posterior en Ayacucho. O el Mariscal Benavides contra los colombianos en La Pedrera.
Nadie niega la inmensa grandeza de Bolognesi en Arica, pero fue un incidente bélico muy menor, un mero trámite para cerrar la pinza Tacna/Tarapacá y que los chilenos consoliden la conquista de nuestro sur extremo tras la total destrucción del ejército regular peruano en el Alto de la Alianza y en la campaña de Tarapacá (es más, la paz debió firmarse tras Arica y ahorrarnos varios años más de destrozos. Ya no había nada más que hacer en esa guerra sin tener ya flota ni ejército). Arica duró lo poco que los chilenos tardaron en trepar el morro –y no hubo por parte de nosotros una victoria increíble–, y con todo en contra, tipo Azincourt (15 mil ingleses contra 40 mil franceses) o los griegos en Maratón, ganaron.
Fue una derrota y creo que una derrota no debe celebrarse. Lo mismo pienso de Angamos: Grau cayó en una celada chilena, no pudo escapar (porque no debió salir del Callao sin limpiar sus fondos, lo que le restaba pique a ese pequeño y obsoleto barquito que era El Huáscar. Perdió como la cuarta parte de su velocidad y, por eso, no pudo huir como su acompañante La Unión) y fue masacrado fulminantemente, en un virtual tiro al blanco. Otra derrota.
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