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Redes del odio
Es absurdo pensar que un tweet pueda ser tan genial que repentinamente va a cambiar el mundo con sus miserables 280 caracteres. Debemos entender que no somos el centro del universo y estar tranquilos con eso.
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Las redes sociales fueron ideadas como una alternativa al tóxico mundo real. Las deterioradas relaciones entre humanos necesitaban reinventarse en otra dimensión. En sus inicios, el mundo virtual era un lienzo en blanco en el que plasmar una nueva forma de comunicarnos parecía posible. No había fronteras, la libertad era absoluta.
En Facebook podíamos hallar a aquellos amigos de la niñez lejana; en Twitter, dirigirnos a las estrellas de cine otrora inalcanzables. Lo más importante quizás fue que se convirtieron en las herramientas de liberación democrática en el mundo entero (sin las redes no hubiera habido Primavera Árabe ni Yoani Sánchez).
Sin embargo, todo lo que toca la humanidad se contamina. Nuestra retorcida naturaleza lentamente empezó a transformar estas plataformas en cultivos del odio. Fueron utilizadas para insultar y denigrar. Cualquier oportunidad de destruir al adversario fue aprovechada de manera implacable. Fuimos testigos de impíos cargamontones contra cualquiera que lanzaba algún Tweet desatinado.
Pronto, aquellas herramientas imprescindibles para la defensa de la libertad en el mundo entero, fueron destinadas a torcer voluntades en descarnadas campañas de desprestigio. Llegaron incluso a afectar la decisión electoral de la democracia más perfecta: la de Estados Unidos. Hoy, el presidente Donald Trump es investigado por colusión con el gobierno de Vladimir Putin. Hay pruebas de que espías rusos maquinaron una feroz campaña de manipulación usando perfiles falsos en Facebook para así atarantar a los electores estadounidenses.
La joya de Mark Zuckerberg fue, además, penetrada por Cambridge Analítica y la información privada de sus usuarios aprovechada por la campaña republicana. Los creadores de estas redes sociales son multimillonarios. ¿Arreglaron las relaciones entre las personas en sus espacios virtuales? No. Están peor que nunca. El mundo no va a ser diferente gracias a estos inventos. El cambio que necesitamos hacer está adentro de cada uno de nosotros.
Hace algún tiempo, decidí salirme de todas las redes sociales. Fue un ejercicio de humildad que me ha regalado una gran lección de vida. El cuarto de millón de “seguidores” que tenía en Twitter no me hacían mejor persona. Me hacían peor persona. Todo el día me la pasaba peleando con alguien que me insultaba. Me la pasaba amargo, triste, ofendido. Me hice una simple pregunta: ¿vale la pena todo esto? Así tuviera un millón de “amigos” no me haría ni más ni menos que nadie. Es una ilusión de poder.
¿Ser importantes saben qué cosa es? Aprender a ser uno más del montón. Entender qué solo juntos podemos generar grandes cambios. E pluribus unum. Todos somos uno. Es absurdo pensar que un tweet pueda ser tan genial que repentinamente va a cambiar el mundo con sus miserables 280 caracteres. Debemos entender que no somos el centro del universo y estar tranquilos con eso. No se dejen distraer por ese falso mundo de la necesidad. Lo único que nos hace falta en el fondo es estar en paz con nuestras decisiones. Olvídense de cuántos “likes” tienen. Nadie tiene que aprobar lo que hacemos. No nos debemos a nadie. ¡Libérense! Ojalá pronto se den cuenta de que están atrapados en sus propias redes.
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