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Roberto Lerner: La gran estupidez

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¡Es tan agradable hacer cosas en las que uno cree! Mejor si uno las expone ante el mundo como parte de una batalla, desde una trinchera, armado con argumentos, justificaciones, procedimientos, banderas y la infaltable lealtad a un liderazgo providencial. La inercia, la imitación y la credulidad son, sin embargo, el modo espontáneo de la mente humana.

Como cualquier ciudadano, tengo más simpatías por unos personajes que por otros, preferencias por ciertas maneras de pensar sobre otras, pero cuando sigo el desempeño del conjunto de operadores de la cosa pública, ninguno parece haberse preguntado si lo que está haciendo tiene sentido. Ni siquiera si va en la dirección del objetivo que, legítimamente, su grupo busca. Ojo que ni siquiera me refiero al bien común, general o como quieran llamarlo.

La motivación en modo zombie es verse bien, seguir un libreto bobo, sin entrar en la sustancia, mostrar una cara amable o amenazante sin relación con los temas, ofrecer presentaciones impactantes independientemente del contenido, hacer y decir lo que ordena el jefe o el jefe del jefe, o lo que se piensa que cualquiera de esos que están más arriba en la escala desean.

El asunto es hacer y decir lo que todo el resto del grupo hace y dice, repetir las prácticas que producen resultados en la tribuna donde se encuentra la barra brava, aquello que se adecua a la marca, a la conducción de un directorio lejano, sin pensar en los espectadores que no son hinchas pero que quieren un espectáculo que oriente y repercuta en el bienestar de sus vidas cotidianas.

Al final, los argumentos, las profesiones de fe, los eslóganes y las críticas, podrían ser la moneda corriente en una fiesta de adolescentes o en una corte bizantina en decadencia. ¿Liderazgo? Ninguno. Los que se invocan son vacíos, invisibles, meras sombras.

Es casi como que los principales actores puestos por nosotros para representar sus respectivos papeles sobre el escenario nacional hubieran decidido, conjuntamente, dejar inteligencia y coraje en el camerino, renunciando a la oportunidad de ponerlos a trabajar. Juntos, están protagonizando, independientemente de sus intenciones, la gran estupidez.