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Saber mirarse, con estilo
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El primer selfie fue de Narciso. Se miró reflejado en el río, se enamoró y se lanzó para abrazarse. Murió ahogado. Aunque los ojos son para ver a los demás, nos gusta mirarnos. Los pintores, por ejemplo, terminan haciéndose selfies que llaman autorretratos. Ocurre, incluso, cuando salimos al espacio: el Apolo 8, orbitando la luna, primero tomó una foto de la Tierra, como un selfie de toda la humanidad. Esa cultura de la vanidad hace que uno de los libros más populares del siglo sea Selfish de Kim Kardashian, una colección de sus selfies que juega fonéticamente con el título, porque ‘selfish’ es egoísmo… y el ‘selfie’, que no tiene traducción, también lo es.
Pero no siempre es vanidad, a veces la foto muestra lo que no gusta. El selfie del Perú en estos días es horrible: en salud y en economía estamos entre lo peor de la región. Lo que debiéramos mirar, sin embargo, es que ya estábamos mal antes, así que la epidemia no tiene la culpa. De las fallas previas, elijo una: con excepciones, no sabemos producir (baja productividad) y nuestros costos son altos (baja competitividad).
Como país vendemos caro, ganamos poco y generamos empleo de baja calidad y mal pagado. Más del 80% de los trabajadores produce menos del 20% del PBI. Esa es la explicación de la informalidad. No hay tal epopeya de los emprendedores, su enorme sacrificio apenas permitió autoempleos para sobrevivir. Esa también es la causa de la pobreza porque, al fin de cuentas, pobre es el que no tiene un buen empleo.
Agregue burocracia, corrupción, fallas del mercado, desigualdades, lo que quiera. Al final, manda la economía, porque la pobreza necesita subsidios y de eso se aprovecha la política que aparenta regalarlos.
Es más difícil seducir a la clase media porque exige derechos y servicios públicos de calidad. La desgracia real es que esta cuarentena ha destrozado a la clase media. Ahora, más del 60% de la población está en los niveles D y E, esto es, en plena pobreza o a punto de serlo.
El reto es recuperar clase media y eso pasa por crear mejores empleos. Esa tarea es imposible si no se mejora la productividad y la competitividad. Se puede. La agricultura lo hizo con inversión privada y ayuda fiscal. Se asumieron riesgos de cultivar desiertos, se adaptaron tecnologías, se protegieron patentes y ya lo ven: líderes mundiales en productos frescos y, con toda la economía paralizada, el mercado de alimentos siguió funcionando, a precios estables, sin especulación, sin hambre.
La esperanza no es un buen deseo, es seguir trabajando así.
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