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Sandro Venturo: A la altura de nuestros sueños
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Sociólogo y comunicador
Comenzó el año 16 de este siglo. Los retos que enfrentamos como comunidad nacional siguen siendo inmensos. Este verano estará inundado por las campañas electorales y los efectos del fenómeno de El Niño. En ambos casos cosecharemos lo sembrado o, mejor dicho, lo que no hemos sembrado. La oferta electoral actual es fruto de nuestras faltas y displicencias. Un sistema político mediocre nos ofrece 19 candidaturas sin gracia ni propuestas suficientemente audaces para un país a punto de desaprovechar lo avanzado en esta década y media. Cómo quisiera admirar a algún político por su visión de país, por la organización que lidera, por las banderas que levanta. Cómo quisiera.
Por otro lado, los estragos de El Niño serán un indicador de nuestra capacidad para organizarnos y prevenir los desastres. Ya hemos dado muestras de incompetencia suprema, desde las periódicas muertes por las heladas puneñas hasta la vergonzante reconstrucción de Pisco. A pesar de las obras realizadas por el Gobierno Central en el norte para prevenir los efectos de este fenómeno, nuestra desorganización social y estatal sigue siendo decisiva. Ya sabemos que los terremotos nunca son más destructivos que nuestra capacidad de enfrentarlos eficaz y responsablemente. Así que el verano, lo más probable, es que nos deje achicharrados política y socialmente.
Si las elecciones de abril nos llevan a una segunda vuelta, seguramente viviremos otra vez una polarización estúpida. En vez de discrepar sobre cómo encarar los grandes retos del país, estaremos enfrascados en descalificaciones efectistas, en odios insuperables. Y cuando se anuncie al ganador –o ganadora–, se iniciará un nuevo ciclo de confrontaciones entre pandillas. Así, la pobreza y la fragmentación social seguirán tercas, trabando nuestras aspiraciones colectivas. Quisiera poder escribir otra cosa después de haber disfrutado la buena onda de todas las personas con las que me crucé en estas fiestas. El jueves en la noche salimos con mi familia a los parques que miran hacia la Costa Verde. Miles de personas provenientes de todos los rincones de Lima celebramos con alegría una esperanza que brota de no sé dónde. Compartimos veredas y jardines con respeto, miramos las luces en el cielo con entusiasmo, vimos a nuestros hijos integrarse en los juegos con confianza. Por un momento me olvidé de las oscuras predicciones para este año mientras me invadía un optimismo que se acentuaba con esta inusual convivencia entre peruanos: la alegría de unos alimentaba a los otros y así simultáneamente.
¿Habrá fuerza política capaz de inspirar esa forma de convivencia y colaboración que nos haga invencibles ante las desgracias, naturales y políticas? ¿Estaremos este año a la altura de nuestros sueños?
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