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Sandro Venturo: Elogio a la tibieza

“El resultado de este comportamiento colectivo es que vivimos bloqueándonos, negándonos…”.

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Fecha Actualización
En el Perú pretender ser razonable es considerado propio de gente tibia. Estamos tan tomados por la polarización que ver el mundo desde las diversas miradas que lo constituyen, incluyendo por supuesto las de nuestros antagonistas, es considerado rosquete. Y despreciable.

Será que estamos convencidos de que no somos bravos, que somos un pueblo que se deja pisar, que no luchamos con carácter por nuestros ideales (aunque la historia dice lo contrario, especialmente la del último siglo, ¿o no tenemos aún suficientes muertos?). Entonces arremetemos contra nuestros oponentes para liberarnos de esa maldita tibieza. Por eso celebramos a los tajantes, a los implacables. Pero el resultado de este comportamiento colectivo es que vivimos bloqueándonos, negándonos. Por eso nadie pide disculpas cuando se va de boca ni cuando comete un error. Sucede que aquel que se siente moralmente superior suele perdonarse los excesos. Y ya sabemos hacia dónde lleva ese bienintencionado camino.

Exponer razonablemente los duros reparos que tenemos contra nuestros oponentes, sin adjetivos ni exclamaciones, es insuficiente. Demandamos frases superlativas, sentencias absolutas. Exigimos que la forma se trague al contenido. Así, algunos de los que enarbolan la decencia política, la corrompen. Su defensa de la democracia se traiciona a sí misma cuando hacen eso que denuncian: no escuchan, ni siquiera cuando creen tener la razón. Exigen tolerancia pero sentencian de antemano. Lo mismo sucede con algunos pragmáticos: están dispuestos a justificar unas u otras perversiones (corrupción, delincuencia, etc.) si eso les garantiza la sobrevivencia. No importa que, literalmente, haya muertos y heridos, mientras no sean ellos. En ambos casos, las convicciones anulan, no acercan. En vez de avivar la nación, la destruimos.

Nada más radical en una sociedad fragmentada que la antipática moderación. Nada más firme que la búsqueda de intersección, que la ingenua vocación por el mínimo común múltiplo. Nos resulta insoportable la flexibilidad en medio de la intolerancia; reprochable, el incansable ejercicio del matiz. La nuestra es una comunidad negada por sus propios integrantes. Una familia peleada. Por supuesto que no deseo que el hartazgo popular justifique las perversiones del pasado fujimorista. No defiendo a esta sociedad de individuos temerosos y atomizados. No comulgo con este país de la desconfianza. Pero tampoco quiero ser parte de este festival de cuchillos políticamente correctos. Todos perdemos. Evitemos a los extremos que se justifican solos. Alejémonos de la atractiva superioridad moral de ambos, de los exitosos y de los lúcidos. Es difícil no sentirse atraído por la contundencia de las interjecciones bien puestas. Es difícil pero se puede. Ojalá que el domingo por la noche brote nuevamente lo mejor de todos nosotros. Y que nuestra precaria democracia tenga una nueva oportunidad.