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Sandro Venturo: Vamos a incendiar al mundo
“Sabemos que la marcha ha provocado cosas buenas. Las principales, denunciar al silencio cómplice que viene de las propias familias afectadas (…)”.
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Fui a la misa de la parroquia San Felipe Apóstol el sábado pasado. Era el aniversario de la muerte de mi viejo y estuve al lado de mi madre como todos estos años. El padre Dietrich, un alemán que hace un silencioso trabajo pastoral entre Lima y Ayacucho, leyó con paciencia un exaltado texto de Lucas (12, 49-53): "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Yo he venido a prender fuego sobre la tierra, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! (…) Piensan ustedes que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división".
El padre inició su reflexión recordando que Jesús usaba metáforas. Advirtió que la alusión al fuego no debe ser relacionada a su poder destructivo sino a su capacidad purificadora; que el mensaje cristiano no es aséptico sino, siempre, desafiante. Sostuvo que los cristianos convencidos de que la palabra del Señor defiende la tradición, están equivocados. El mensaje del evangelio es de cambio. La misión de Cristo fue cuestionar el status quo para recuperar el sentido de una vida orientada por la humildad y la solidaridad. Un mensaje así trae división, naturalmente, entre conservadores y cristianos.
Me quedé sorprendido. Hace mucho que había perdido contacto con esa iglesia, lo reconozco. Dietrich concluyó su sermón afirmando que la marcha de aquel sábado era una buena nueva que la comunidad debía celebrar. Y nos invitó a reflexionar sobre su significado. Una semana después de la exitosa convocatoria he ido cultivando varias inquietudes que compartiré a continuación.
Sabemos que la marcha ha provocado cosas buenas. Las principales, denunciar al silencio cómplice que viene de las propias familias afectadas, y enfrentar la impunidad que protege a ese machismo anacrónico e injustificable. Pero también ha desatado diversos fariseísmos. Veo a quienes denuncian sin pruebas, estimulando dolorosas cacerías de brujas. Veo a los que se apuran en descalificar al resto, sin haberse detenido a pensar en su insospechada contribución a esta lacra colectiva.
Veo a quienes descalifican a los ausentes en la manifestación, indiferentes a esas personas que no pudieron marchar porque el dolor o el miedo aún las paraliza. Veo a quienes gritan militantemente, tan seguros de su superioridad moral, y tan displicentes con el drama de aquellos miserables que agreden por igual a niñas y mujeres hasta malograrles la vida para siempre. Y malograrse la suya, ciertamente.
En términos sociales, la marcha ha sido un éxito que estimulará las respectivas reformas institucionales y la atenta vigilancia de los medios. Ya lo estamos viendo. Ahora nos toca empujar, también, las trasformaciones más difíciles, las cotidianas. Nos toca enfrentar, con valentía, nuestras propias miserias, las inconfesables. Nos toca incendiar nuestro mundo interior.
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