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Sandro Venturo: Nuevas caras, la misma propuesta
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Sociólogo y Comunicador
La cobertura periodística de las elecciones internas del Frente Amplio ha sido vasta. Los demás candidatos que comparten el rubro de "otros" en las encuestas deben estar celosos. Quizá esto se debió al interés que provocan las izquierdas cuando intentan superar el estigma de impulsoras de los conflictos sociales (o sencillamente a que dan carne a sus opositores cuando exponen sus trapitos sucios).
Estas internas tuvieron dos caras. Significaron una movilización inédita y entusiasta que no se veía desde las mejores épocas de Izquierda Unida. Pero también han hecho evidente su precariedad institucional. Los cuestionamientos, las expulsiones y las descalificaciones mutuas así lo indican. Esto ha dado pie a la pregunta inevitable: ¿si apenas pueden con su propia iniciativa, podrán con los grandes desafíos de nuestro país?
Además tienen otros desafíos. Después de la fallida gestión municipal en Lima, la izquierda debe abandonar la dicotomía ética versus eficiencia y demostrar que puede con ambas cosas. Lo que el país espera es salir de la condena del mal menor, del corrupto cumplidor. Si Verónika Mendoza no se adelanta con la autocrítica, la van a comparar con Susana Villarán.
Por lo visto, en las internas su respaldo es básicamente urbano y mesocrático, su capacidad de articulación política se circunscribe a dispersas "movidas sociales", su visión descansa en una desconfianza radical en el instinto empresarial que la lleva a posturas que no funcionaron en los setenta: un Estado que intenta planificar el desarrollo del mercado y que simultáneamente se convierte en un fallido capitalista.
Por último, la izquierda debería estar menos preocupada por la pureza de su identidad. Su retórica sigue siendo parroquial, sus discursos se dirigen exclusivamente a sus fieles, cuando lo que se espera de ella es que conecte con los ciudadanos de carne y hueso y sepa conducir esas expectativas hacia una propuesta de gobierno alternativa. O tal vez este no sea un simple problema de retórica sino una manera inflexible de entender la política.
Hace unos días el analista Carlos León Moya sugirió que en la izquierda se estaba dando un recambio generacional. Los viejos se están muriendo o jubilando y la generación de Mendoza está tomando la posta con esperanza. Pero un cambio generacional no se mide por la edad de sus protagonistas sino por la novedad de la propuesta que encarnan. Para ser viable la izquierda debe impulsar una gran transformación interna que le permita por fin representar a los ciudadanos liberales y progresistas, no al pueblo imaginado.
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