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Sandro Venturo: Cuando parece que tocamos fondo...
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Sociólogo y comunicador
¿Por qué las encuestas nos siguen sorprendiendo si traen más de lo mismo? Datum confirma que el presidente es considerado negligente (8 de cada 10 peruanos lo desaprueban) y la pareja presidencial ha pasado a la lista de los corruptos más destacados (9 de cada 10 creen que saldrá más rica al finalizar su gestión). Los candidatos, por su lado, tienen inmensos reparos que salvar (Keiko, un entorno indeseable; PPK, vínculos extranjeros sospechosos; y Alan, una inmediata relación con la corrupción y el narcotráfico). La oposición no se queda atrás y acumula más rechazo que aceptación. Nada ni nadie se salva.
Pero esto no es nuevo. Desde hace mucho la popularidad de los políticos en nuestro país es muy baja. El mismo desprestigio se observa, además, en las instituciones fundamentales de la democracia: el Congreso y el Poder Judicial siempre pueden caer más bajo. En el mundo civil la cosa no es mejor, las grandes empresas, los gremios y hasta las ONG son observadas con recelo. Inclusive las instituciones mejor posicionadas, como la Defensoría del Pueblo y la Iglesia Católica han disminuido su buena reputación.
Los estudios comparativos muestran que el Perú es una sociedad donde la democracia es valorada por debajo del promedio latinoamericano. Desconfiamos de todo y de todos. Nos parece imposible la vocación altruista. No es gratuito: hemos incrementado nuestra lista de desilusiones colectivas como quien acumula cachivaches. Será por eso que nos caracteriza ese cinismo con el que enfrentamos los asuntos públicos ("todos roban, lo importante es que hagan obra").
Esta semana visitamos Medellín para conocer las notables transformaciones de la ciudad en poco más de una década. Una ciudad que superó la violencia del narcotráfico y la anomia social. Una urbe que brinda servicios públicos de calidad. Una ciudadanía que aspira a ser "la más educada" del mundo. Es imposible no compararse con el pueblo paisa. Mi colega Carla Sousa se preguntaba por qué ellos sí y nosotros no. Y su pregunta se hizo más grave cuando aterrizamos en Lima: las alucinantes noticias de estos días muestran que siempre podemos caer más al fondo.
Somos una comunidad sin norte ni timón. Carecemos de políticos admirables. Nuestros líderes de opinión acusan, no guían. Nuestras clase política y nuestra élite económica son dominantes, no dirigentes. La nuestra es una sociedad huérfana de sí misma. Una sociedad desorientada, una sociedad de la desconfianza.
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