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Sandro Venturo: Recordar para olvidar
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Mis amigos sonríen cuando se enteran de que mantengo en buen estado un walkman y un discman, lo mismo que un minicomponente que compré en Polvos Azules en 1991. Mis hijos ven con extrañeza la caja donde tengo clasificados cientos de fotos de papel y negativos a B/N envueltos en papel mantequilla. A mi chica le hace gracia el cofrecito donde guardo con cariño esclavas, chaquiras, anillos de plata y, entre otras cosas más, pines socialistas de gran parte de Sudamérica.
Hace unos meses un compañero me entregó un paquete de fanzines universitarios pues sabía que conservo una carpeta con las principales revistas estudiantiles de la pontificia universidad ochentera. Cada cierto tiempo hago forward a mi colección de casetes para remover el moho limeño, protegiendo los conciertos de las bandas de rock y folclore con las que trabajé en mi época de productor musical. Hace poco a un músico que perdió sus originales le contaron que conmigo podía recuperar un material que creía perdido en el cosmos. Fue un lindo encuentro. También debo decir que mi colección de revistas temáticas es alucinante. Pero conste que no soy cachivachero como lo fue mi viejo. Cada cierto tiempo hago limpiezas drásticas, así que mis archivos son pura antología.
Con el tiempo descubrí que este combate permanente contra el olvido también es una costumbre ecológica. Cuido las cosas. Me esfuerzo en usarlas bien. Cambio de móvil cuando ha cumplido su ciclo, no cuando sale un nuevo modelo. Transformo el vidrio templado de una puerta en la tabla de una mesa fabricada a su medida. Convierto una taza inútil en un portalápices; el estuche de la mascarilla de un equipo de sonido en una cartuchera sólida e invencible.
Pienso que cuando eres ordenado, las cosas (casi) no se pierden. No compras de más ni de forma redundante. Ejerces, encima, un silencioso homenaje a la obra de otros. Y una ventaja más: cultivas cierto equilibrio entre los cajones de aquellas cosas que refrescan tu memoria y los cajones vacíos necesarios para recibir lo inesperado.
De hecho no estoy atrapado en la música del recuerdo, ni en las amables banderas políticas que ya han perdido vigencia en el mundo actual. Disciplinadamente me doy tiempo para comprender los nuevos signos que irrumpen a la mala en nuestras vidas, pues ya aprendí que el futuro nunca se digiere a la primera. Pero vuelvo a los discos y los manifiestos clásicos precisamente cuando una nueva obra cuestiona mis referencias. Lo uno no quita lo otro, lo balancea. Esta es la idea: aprender para desaprender y comenzar de nuevo. Usar, reusar y transformar. Solo paciencia y voluntarismo. Conservación y apertura.
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