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Sandro Venturo: Votos de mantequilla
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Mi hija estaba triste porque sus compañeros no la eligieron delegada de su clase. Conversamos. Estaba dolida porque la traicionaron quienes dijeron que iban a votar por ella y no lo hicieron. Le pregunte qué significaba ser delegada. "Representar a mis compañeros", me dijo. ¿Y eso qué significa? Silencio. Un largo silencio. "Representar a mis compañeros" es una frase vacía cuando viene como una respuesta automática. Seguimos conversando. Fui descubriendo que se sentía desmoralizada porque no había ganado, digamos, esa medalla escolar. En ese momento fui yo el que se quedó en silencio. Me sentí interpelado. Cuántas veces me ha sucedido algo parecido. Cuántas.
"¿Qué es representar, hija?". Ella me explicó que la tarea del delegado es recoger las inquietudes de los demás para agruparlas y presentarlas luego al director de primaria. ¿Para qué sirve? "Eso es bueno porque así somos escuchados". Entonces me di cuenta de que "representar" sí tenía un significado para ella, aunque fuera solo procedimental (bueno, acaba de cumplir 10 años). En el camino, en el calor de la competencia y el estrés de la elección, el sentido básico de "representar" se le había escapado y solo le quedaba el natural sinsabor personal de una competencia perdida.
Al siguiente fin de semana me invitaron a la radio para dialogar, junto con reconocidos analistas, sobre estas confusas elecciones. En un momento nos preguntaron: "¿Y entonces qué está fallando?". Repasamos los tópicos ya conocidos: instituciones públicas débiles, leyes electorales improvisadas, partidos de cascarón, predominio de identidades políticas "anti", entre otros defectos del sistema. De pronto me acordé de mi conversación familiar y me di cuenta de que hay algo que apenas discutimos cuando pensamos en los problemas del país. Los peruanos hemos olvidado el sentido más primario de la acción política, esto es, servir a los demás.
Lo que observamos en estos días es que nuestros políticos son guiados principalmente por su narcisismo. Por eso algunos se lanzan a la presidencia sin estar realmente preparados para servir. Les basta su voluntarismo. Se sienten superhéroes, fantasean con arreglar el país gracias a unos superpoderes que brotarán una vez sentados en el sillón presidencial. Pero la realidad es que no tienen experiencia en la gestión pública o carecen de equipos de trabajo sólidos y de planes de gobierno consistentes. Lo estamos viendo ahora. La mayoría de candidatos no tiene credenciales para conducir el Estado. Y los demás apenas pueden ocultar sus credenciales chamuscadas por el desprestigio o el desgaste.
En el caos perdemos el sentido básico de las cosas. Y el caos político en el que vivimos es sostenido por nuestra constante displicencia. Quedan 15 días. Y nuestros votos serán, una vez más, de mantequilla.
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