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Antes de la Segunda Guerra

En estos días, una vez más, un tema en el que supuestamente todos deberíamos coincidir, se ha convertido en motivo de polarización política.

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Fecha Actualización
Sandro Venturo Schultz,Sumas y restasSociólogo y comunicador

En estos días, una vez más, un tema en el que supuestamente todos deberíamos coincidir, se ha convertido en motivo de polarización política. Hablar de derechos humanos se ha vuelto peligroso pues uno se encuentra entre dos extremos que se descalifican moralmente.

Independientemente de la validez de una posición, o de la otra, y asumiendo como necesaria la confrontación en democracia y la defensa apasionada de lo que consideramos fundamental, resulta preocupante la imagen que todo este lío viene generando en el resto de ciudadanos.

Quienes más perdemos con el alboroto somos los gobernados; porque las buenas razones del debate se diluyen entre tanto escándalo, porque las buenas causas se opacan ante el figuretismo de los voceros, porque la impostergable reconciliación, y la indispensable justicia, se nos escapan de las manos continuamente.

La clase política no está provocando el interés de los ciudadanos respecto a los derechos humanos, peor aún, está despertando un gran rechazo. Al mismo tiempo, los medios de comunicación, obsesionados por el espectáculo burocrático, están amplificando las caricaturas de un grupo de políticos y activistas desfachatados y displicentes con el bien común.

En estos días le he preguntado a muchas personas qué opinan sobre estos asuntos y las respuestas me han dejado perplejo. Si bien existen quienes tienen la mesura adecuada frente al problema, son muchos más los que se suman a la violencia retórica. Si bien hay quienes demandan genuina madurez a los políticos, una gran mayoría se desenchufa conscientemente, evitando la regresión, huyendo del pesimismo y la condena. Parece que el debate público nos está atrofiando.

Para construir una memoria compartida de aquella historia que nos talló durante dos décadas, se necesita otro clima social. Para promover procesos de justicia y reparación, necesitamos una clase política orientada al juego, no a las jugadas. La nuestra es una sociedad con un gran déficit en la gestión de las controversias, que parece no haber aprendido después de tanto dolor y tanta muerte. Hagamos que la intolerancia no se repita.