Acaba de cumplirse el primer aniversario del ataque que sufrieron los israelíes de manos de Hamás. Mil doscientos muertos, más de 250 secuestrados. Y el deseo de venganza de parte de Israel. Hamás sabía lo que hacía al provocar el más grande error militar y de inteligencia que han sufrido los israelíes.
Por tierra, mar y aire, miles de gazatíes seguramente, en su mayoría, descendientes de aquellos que fueron arrojados de allí mismo cuando se fundó el estado de Israel, protagonizaron este acto de barbarie. O de reivindicación.
La suya fue una operación claramente diseñada, aunque no sé si supieron medir sus efectos.
Lamentablemente, para la humanidad, Israel ha sobrepasado los límites: más de 40,000 muertos en Gaza. Población civil obligada a abandonar sus casas. Niños sin escuelas, sin vacunas, sin alimentos. Adultos desorientados. Muertos muchos. Ciudades convertidas en puro escombro.
Los israelíes de buena fe no están de acuerdo con la salvaje respuesta de su Gobierno. No sé si es un David contra el Goliat árabe, o es un Goliat que tiene enfrente distintos David, cada vez más decididos a luchar hasta el final.
Nada parece detener a Netanyahu cada vez más enrocado en su ojo por ojo “y más allá”. Ni Líbano, reciente objetivo de Israel; ni Irán por mucho que amenace. Todos van al mismo saco, a juicio del genocida destructor. Nada lo detiene. Nada lo arredra. Biden menos que nadie.
¿Y Naciones Unidas? Ha quedado en evidencia. Israel (su Gobierno) hace caso omiso a las recomendaciones de la ONU. Y por supuesto, ignora los límites del derecho internacional, salvajemente rebasados.
No sé qué clase de mundo pretende dejar Netanyahu al resto de la humanidad. ¿Mejor no saber?